"Roma está llena de leyendas que lo único que pretenden es engrandecer aún más su historia. Es como si la vieja ciudad dudara de su belleza, y hubiera encontrado en el pábulo un alimento para sobrevivir, un método de rejuvenecimiento" Emilio Calderón

domingo, 3 de febrero de 2013

La Fontana de Trevi (I): la venganza de un arquitecto



  
Al hablar de la Fontana de Trevi en Roma parecería  hasta imposible aportar algo nuevo a todo lo dicho ya de este archiconocido enclave de la Ciudad Eterna, lugar de visita obligada por ser uno de los lugares más espectaculares;  catapultada a la fama internacional desde que Federico Fellini  lo convirtiera en el escenario del mítico  baño nocturno de la exuberante Anita Ekberg  junto a Marcello Mastroianni en su película La dolce vita (1960) y  reproducida en láminas, fotografías, calendarios, pisapapeles y otros cachivaches de dudoso gusto, la famosísima Fontana de Trevi se ha convertido en todo un icono de la capital italiana.
En un intento por recorrer la historia real de esta monumental Fuente de los Deseos, empezaré por remontarme a sus orígenes romanos para terminar al fin con una de esas historias que tanto me gustan y que he dado en llamar, como este blog, “ se non è vero, è ben trovato".
Uno de los grandes problemas en época romana antigua era el abastecimiento de agua para la población; originariamente Roma se proveía de agua directamente del Tíber, con el peligro consiguiente de consumir agua contaminada. De ahí surge  la necesidad de traerla  desde lugares alejados de la urbe que garantizasen su perfecta potabilidad,  por tratarse de manantiales de agua pura, a través de acueductos construidos a partir de finales del s. IV a. C.
La leyenda nos cuenta que  en el 19 a. C. los  sedientos soldados del general Agripa, yerno del emperador Augusto,  fueron advertidos por  una virgen,  una  virgo, una joven  doncella,  de la presencia de un manantial de agua purísima a unos 22 km de la ciudad, que a partir de este momento proveyó el acueducto  llamado Aqua Virgo,  uno de los trece que hubo en la ciudad,  y que recorría un trayecto de más de veinte kilómetros , la mayoría de ellos bajo tierra. El momento en que la joven mostraba el lugar donde manaba el agua a las tropas romanas quedaría  reflejado,  años  más tarde, en la propia  fachada de la Fontana de Trevi.
 Estos acueductos, excelentes ingenios de la tecnología de la época,  fueron utilizados hasta la caída del  Imperio Romano, momento en que empezaron a caer en desuso por el abandono de su mantenimiento  hasta que en parte fueron destruidos en el año 537 d.C. , momento en que los godos asediaron Roma y destrozaron estas conducciones con el fin de rendir por sed fácilmente a los sitiados; en la Edad Media los romanos se vieron  obligados a aprovisionarse de agua extrayéndola de pozos contaminados y del propio Tíber, que simultáneamente era usado como cloaca; esto, lógicamente,  lo convertía en un foco de graves  infecciones y un peligro permanente  para la salud de los ciudadanos.
 Más tarde, durante el Renacimiento,  se revivió en Roma  la costumbre  de erigir una bella fuente al final de los acueductos que  conducían el agua a la ciudad y así,  en 1453,  el papa Nicolás V hizo reparar este acueducto  en cuyo término levantó una simple pila, obra de León Battista Alberti,  para recibir el agua.
El nombre de Fontana de Trevi procede de su situación, en la confluencia de tres vías (trivium),  aunque otra leyenda alude al nombre de la virgen romana  Trivia, responsable de su hallazgo,  como explicación;  escondida entre estrechas  calles, el efecto de su monumentalidad se hace más patente al visitante que se topa, de repente, con este gigante de travertino en una plaza que sorprende por su pequeño tamaño. Según uno se acerca  a ella, el rumor de agua anticipa su presencia pero la sorpresa que causa, de repente,  su espectacular  tamaño y apariencia impresiona sobremanera en ese juego de efectismo tan propio del Barroco; a mí, en particular, me gusta llegar a ella descendiendo desde el Quirinal, por un laberinto de callejuelas que potencia la experiencia del encuentro. La primera vez que la ves, no hay ojos para tanta belleza… y te sobran turistas en torno a ella; y es que la visites cuando la visites, un enjambre de personas se congrega a su alrededor, como si en ningún momento  del día ni de la noche  fuese a quedar desierta. Pero tal es su atractivo que te conformas con compartirla con la multitud, ¡qué remedio!
La Fontana, tal y como la conocemos hoy, es obra del arquitecto Nicola Salvi, después de que varios papas y varios proyectos antes tuviesen intención de construir una fuente monumental aquí, incluyendo uno del propio Bernini;  quien dio su aprobación al proyecto de Salvi fue  finalmente el papa Clemente XII, cuyo blasón es visible en la parte superior de la fuente  flanqueado a  cada lado por dos ángeles heraldos con trompetas, en un fenomenal  alarde propagandístico. La costosa construcción se demoró durante treinta años, de 1732 a 1762, y su arquitecto murió antes de ver concluida su obra; su delicada salud se vio resentida por  los constantes trabajos en los conductos subterráneos de agua donde la humedad hizo mella en sus problemas pulmonares crónicos. Habría de continuar la obra Giuseppe Pannini siguiendo los planos originales de Salvi, a quien se deben los relieves alusivos al legendario hallazgo del manantial de agua pura en la parte superior de la Fontana.
Una de las cosas que hacen a la Fuente de Trevi espectacular es su disposición literalmente “teatral”: como telón de fondo encontramos la fachada sur del Palacio Poli, un auténtico desconocido para los turistas, eclipsado por la grandiosidad de la fuente, al tiempo que en torno a ella, a modo de escenario,  se disponen gradas en semicírculo para que los asistentes puedan contemplar la gran representación de agua y piedra que constituye una de las obras cumbre del Barroco italiano. Pero veamos ahora quiénes son los actores y actrices principales de este derroche de imaginación en mármol travertino.

Océano o Neptuno en la Fontana (agosto 2010)

Una hermosa hornacina central se dibuja detrás del  gran protagonista, la figura majestuosa de un dios Océano o Neptuno, señor poderoso de los mares y las aguas,  que emerge en una gigantesca concha de la que, a modo de carro,  tiran a ambos lados dos caballos marinos, uno encabritado y el otro tranquilo,  acompañados de dos figuras de tritones que intentan dominar a los corceles; estos, a su vez, representan los estados del mar, ora embravecido y violento, ora calmado y plácido, de cuyas riendas se ocupan seres del cortejo marino, mitad hombres, mitad peces, a los que se acostumbra a presentar soplando en conchas que les sirven de trompa, como podemos observar  en la figura de la derecha. La figura del dios con la vestimenta al viento, entre las magníficas formaciones rocosas naturales y los borboteos de las cascadas de agua, contribuye  a crear un espectáculo grandioso y festivo, un homenaje al poder salutífero y vivificador del agua como regalo de la Naturaleza; estas figuras son obra de dos escultores, Giovanni Maini,  quien las inició, y Pietro Bracci, que les dio fin;  la fuerza del Neptuno parece inspirada en el propio “Moisés” de Miguel Ángel, así como el corcel manso y apacible recuerda, sin duda alguna, el caballo de Bernini en la “Fuente de los Cuatro Ríos” de Piazza Navona, a la que la propia Fontana di Trevi abastece de agua.
A cada lado del majestuoso Neptuno se descubren dos hermosas figuras femeninas  de Filippo della Valle que dan forma en escultura a  las mismísimas palabras en latín de la inscripción del friso superior, bajo el blasón papal, con las que Clemente XII deja claro, en su propagandístico mensaje, su compromiso con la “Abundancia”,  COPIA, y la “Salubridad”, SALUBRITAS, a través de esta fuente:
CLEMENS XII PONT MAX
AQUAM VERGINEM
COPIA ET SALUBRITATE COMMENDATAM
CULTU MAGNIFICO ORNAVIT
ANNO DOMINI MDCCXXXV PONTIF VI
Tritón con caballo marino a la derecha de  la Fontana (agosto 2010)

Se trata de un programa iconográfico interesantísimo que vale la pena examinar detalladamente. A  la derecha podemos contemplar  a una joven mujer elegantemente vestida con delicados plegados;  se trata de Higía o Salus,  que  porta en su mano izquierda una lanza mientras en la derecha sostiene una copa por la que se enrosca una serpiente. Era esta diosa Higía  en la mitología griega la personificación de la Salud, la personificación de la higiene como práctica terapéutica preventiva,  y con frecuencia es considerada una de las hijas de Asclepio, dios de la Medicina; la diosa  Salus en Roma no es sólo la personificación de la Salud , sino, en general, la de la “conservación”, y, curiosamente, en tiempos  poseyó un templo en un lugar muy próximo a la Fontana, el Quirinal. Hoy en día esta copa o cáliz con una serpiente enroscada a su alrededor es universalmente considerada como símbolo de la profesión farmacéutica.
Alegoría de la Salubridad en la Fontana (agosto 2010)

A la izquierda del dios del mar descubrimos otra delicada escultura de mujer , alegoría de la Abundancia; a sus pies, de un cántaro mana agua y con las dos manos sostiene una Cornucopia, el  Cuerno de la Abundancia o de Amaltea, la ninfa nodriza de Zeus cuando era niño; cuenta la mitología que un día, mientras jugaba, Zeus quebró  un cuerno de la cabra que le suministraba la leche y se lo regaló a Amaltea con la promesa de que este se llenaría milagrosamente  de todos los frutos que deseara. De ahí la representación de un cuerno del que salen flores y frutos, símbolo omnipresente en lugares de toda  Roma.
Alegoría de la Abundancia en la Fontana (agosto 2010)

Sobre el conjunto escultórico encontramos una clara referencia a los orígenes míticos de la Fontana; dos relieves muestran sobre las figuras femeninas, a la derecha, el momento en que la joven virgen muestra a los soldados de Agripa el manantial, y, a la izquierda,  el general Agripa en persona examina y aprueba los planos de la obra. Y aún por encima de todo el grupo, junto a la inscripción del papa Clemente, cuatro esculturas femeninas, dos a cada lado, representan las Cuatro Estaciones.
Hoy en día las  cristalinas aguas de la Fontana de Trevi que, según alguna leyenda local, en otros tiempos  aseguraban a las romanas el amor de sus amados tras beber estos un sorbo, no son potables; la fuente se somete periódicamente a trabajos de limpieza, pulido y  desinfección con cloro para evitar la proliferación de microorganismos en el agua. Pero es posible  probarla, y confieso que es deliciosa, si acertamos a dar con los caños de unos surtidores dispuestos a ese fin; están ubicados, aunque poco visibles entre el gentío,  a la derecha del monumento junto a una farola y en las escalinatas, también a mano derecha,  que bajan hacia el borde de la pileta donde todos los turistas  se disponen a asegurarse el regreso a la Ciudad Eterna al módico precio de una moneda, eso sí, cumpliendo estrictamente con el ritual de arrojarla con la mano derecha sobre el hombro izquierdo y siempre  de espaldas a la fuente. Pero el origen de esta tradición, así como alguna otra curiosidad más  sobre la Fontana, que estoy segura que será de vuestro agrado, prometo que será  el tema de mi próxima entrada, porque esta me está saliendo ya demasiado larga.
Como comenté al principio de la entrada, Nicola Salvi no vivió para ver concluida su obra; pero sí se aseguró, antes de su muerte, de hacer eterna una pequeña “venganza”. Y así llegamos a esa otra historia discutiblemente vera, pero que espero que  resulte  para quien no la conozca bèn trovata y explicativa de un elemento  insólito que lo cierto es que sí existe, lo cual da verosimilitud a la leyenda.
Sobre la balaustrada que  circunda la Fontana, en su lado derecho, justamente en el ángulo con la  Via della Stamperia, está esculpida  una  enorme vasija de travertino, visible  desde la calle, pero imposible de ser advertida desde la misma fuente ya que en esta  posición su aspecto queda mimetizado con la estructura rocosa; su aspecto recuerda, cuando se la contempla, el símbolo correspondiente al As de Copas de la baraja española, de ahí que a este extravagante objeto se le conozca en Roma como L’Asso di Coppe. 

L'Asso di Coppe de la Fontana de Trevi (abril 2012)

 Y la pregunta lógica  de qué hace ahí surge inmediatamente  y aquí es donde se revela la curiosa explicación; cuentan que durante los trabajos de construcción de la Fontana el arquitecto Nicola Salvi se veía constantemente molestado por los comentarios de un barbero criticón y pedante cuyo establecimiento estaba situado precisamente frente  a ese lugar de la baranda y donde a diario el artista acudía para ser afeitado. Exasperado por las continuas críticas del insufrible rapabarbas sobre su hermosa Fontana, Salvi tomó la decisión de impedirle la vista de su obra y en una noche hizo construir la enorme vasija, que le ocultó por completo la perspectiva desde la fachada de su barbería y le privó así  para siempre  de la belleza  de su magnífica fuente como venganza  ad aeternum.  Yo misma he comprobado in situ que resulta imposible disfrutar del espectáculo de la Fontana desde allí  e invito a mis amables lectores a hacerlo ellos mismos cuando tengan oportunidad; hoy ya no existe la barbería, aunque dicen que hasta no hace mucho sí hubo una, pero lo que yo pude ver fue tan sólo el local  de una vieja mercería y otro bajo junto a este con una persiana metálica bajada y un toldo-letrero, “Stampe Cornicsouvenir”. Corresponden, respectivamente,  a los números 83 y 84 de la Via della Stamperia, un poco más allá de una antiquísima farmacia, la Farmacia Pesci,  fondata nel 1552, como reza en su fachada, y de la conocida tienda de calzado  “Angelo”, datos que ayudarán a localizar más fácilmente el lugar para quien se anime a las pesquisas.
Sea o no cierta la leyenda, el caso es que es difícil explicar la extraña presencia de este elemento  que nada tiene que ver con el tema de la fuente y que no encuentra tampoco  correlato en el lado izquierdo de la balaustrada; en cuanto a lo que significa o pudiera representar, también aquí se apunta  una explicación que vendría a corroborar  la misma historia del fígaro maledicente ya que quizá se trata de la bacía o recipiente donde el barbero “montaba” la espuma de jabón para su trabajo.
Y por hoy hemos llegado al final de esta Historia con  “historia”, que dejo a vuestro criterio decidir si es vera, o si, por lo menos,  ha sido ben trovata;   tan sólo me queda daros las gracias, amables lectores, por vuestra paciencia y  espero reencontrarme con tod@s vosotr@s en la próxima entrada sobre esta inagotable Fuente de historias que es la Fontana de Trevi.





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