Estatua de Vestal (marzo 2011) |
Como complemento a la entrada anterior sobre el templo de Vesta en Roma, me he decidido a publicar esta que tiene como protagonistas a las sacerdotisas dedicadas al culto de la diosa del hogar y el fuego; surge, además, como respuesta al interés suscitado sobre estas mujeres que yo misma había dejado un poco de lado para centrarme especialmente en la confusión creada en torno a los dos supuestos templos de Vesta. Justo será profundizar en el carácter excepcional de este colegio sacerdotal, el único femenino en la antigua Roma, que presenta elementos curiosos y dignos de ser reseñados.
Tan antiguas como el culto de Vesta son las Vestales, y el propio Tito Livio en su Ab urbe condita 1, 3, 11, nos narra que Rea Silvia, la madre de Rómulo y Remo, era una Vestal:
Addit sceleri scelus: stirpem fratris virilem interemit, fratris filiae Reae Silviae per speciem honoris cum Vestalem eam legisset perpetua virginitate spem partus adimit.
(Amulio) añadió crimen sobre crimen: mató a los hijos varones de su hermano y a la hija de su hermano, habiéndola elegido como Vestal, con la apariencia de honrarla, la privó de la esperanza de dar a luz, obligándola a una perpetua virginidad.
Numa Pompilio, según Livio, sería quien habría elegido a las Vestales, sacerdocio originario de Alba Longa, ciudad fundada por Iulo o Ascanio, hijo de Eneas:
virginesque Vestae legit, Alba oriundum sacerdotium et genti conditoris haud alienum ( Ab urbe condita, 1, 20, 2)
Eran seis y eran elegidas por el pontífice máximo, la cabeza religiosa del estado romano; las muchachas seleccionadas eran propiamente “arrebatadas”, porque el verbo capere , el mismo usado en la designación de los pontífices y los augures, es el utilizado también en la elección de las Vestales. Una vez en el atrio de la diosa, sin menoscabo de derechos y sin emancipación alguna, las doncellas salían de la patria potestad, constituyéndose en ciudadanos de pleno derecho, y , aun siendo mujeres, tenían facultad de hacer testamento.
Existían, no obstante, condiciones exigidas para su elección: se trataba de niñas de entre los seis y los diez años de edad, a las que se les exigía no ser huérfanas ni de padre ni de madre, ni presentar ningún defecto físico, como la tartamudez o la sordera; sus padres debían tener su domicilio en Italia y no podían haber vivido en la esclavitud, ni haber ejercido profesiones infamantes ni negocios sórdidos, entre los que se contaban los gladiadores, los maestros de gladiadores, los dueños de burdeles, los miembros de sociedades de pompas fúnebres y hasta los pregoneros.
El principal deber de estas sacerdotisas era mantener siempre vivo el fuego sagrado de Vesta, que era renovado anualmente el primer día del mes de marzo; si por descuido se apagaba antes, era considerado como una desgracia nacional y la culpable era fuertemente azotada como castigo. Se hacía necesario entonces encenderlo de nuevo frotando dos palos de árbol frutal o con la ayuda de un espejo y los rayos de sol sobre yesca u hojas secas.
De los treinta años que duraba su sacerdocio, los diez primeros se preparaban y formaban como novicias; en los diez siguientes, desempeñaban propiamente su función de sacerdotisas, quedando los diez últimos años dedicadas a enseñar a las más jovencitas; una vez pasado este tiempo eran libres de dejar el sacerdocio y casarse, aunque muy pocas parecen haber sido las que optaron por un matrimonio tardío y la mayoría de ellas siguieron fieles hasta la muerte al voto de castidad. Sobre todas ellas presidía la Virgo Vestalis Maxima , la Vestal máxima.
Cuando una Vestal incumplía el voto de castidad era enterrada viva y las fuentes nos informan de que este hecho atroz era llevado a cabo con gran aparato; Plutarco nos describe que la Vestal condenada era conducida en litera, cubierta con cortinas, atada con correas, hasta el Foro, con gran tristeza y tribulación para todos los ciudadanos que acompañaban en silencio el cortejo, pues era terrible espectáculo para la ciudad. Llegados junto a la puerta Capena, donde bajo un largo y extenso túmulo de tierra se había habilitado un estrecho aposento subterráneo al que se accedía por una escalera, la litera se detenía y el pontífice máximo, entre oraciones, colocaba a la condenada, envuelta en espesos velos, al pie de la escalera que bajaba a la cámara, donde sólo había un lecho con cojines, una luz encendida y una escasa provisión de alimentos como agua, pan, miel y aceite. Cuando la Vestal había descendido y llegado al fondo, retiraban la escalera y cerraban el aposento con mucha tierra, hasta que el piso estuviese al nivel del túmulo. ¿Y qué ocurría con los varones cómplices? Que eran azotados por el pontífice máximo hasta la muerte.
Tan sólo a lo largo de mil años, desde Numa a Teodosio, murieron así dieciocho Vestales, aunque otras muchas que fueron objeto de acusación lograron probar su inocencia, ¡ y hasta la mismísima Vesta tomó parte en la defensa de la Vestl Tucia, que, acusada de incesto, probó su inocencia transportando agua del Tíber hasta el templo en una criba o cedazo! A otras se encargó de defenderlas el propio Cicerón, como a la Vestal Fabia, hermana de su esposa Terencia, a quien se acusaba de tener ilícitos amores con el conspirador Catilina; su cuñado consiguió para ella la absolución y la rehabilitación en el sacerdocio.
Las Vestales disfrutaban de privilegios de los que no gozaba ninguna otra mujer en Roma y se les tributaban grandes honores, ya que eran consideradas hijas del Estado y hermanas de todos los ciudadanos romanos. Vivían con gran lujo a expensas del pueblo, libres de la autoridad paterna y, como ya dijimos anteriormente, en virtud de la ley Horacia eran las únicas mujeres que podían hacer testamento desde los primeros tiempos; por esta misma ley podían intervenir como testigos en los juicios sin prestar juramento.
Salían al calle precedidas de lictores, igual que los magistrados, y hasta los más altos les ceden el paso cuando las encuentran; vestían de blanco tocadas con una diadema llamada “ínfula”; tenían el privilegio de ser conducidas en litera y en vehículos de rueda y, si un reo conducido a muerte se topaba con ellas, quedaba absuelto si la Vestal juraba que había sido fortuito el encuentro.
En la celebración de los juegos públicos, se les reservaba una tribuna próxima al palco del emperador, y su veredicto era decisivo para que el gladiador vencido muriese o conservase la vida; sin embargo, a mí siempre me ha parecido un poco difícil conciliar su carácter grave y reservado con el ambiente furibundo y sangriento típico de estos espectáculos.
Sobre el origen de las Vestales se han propuesto varias teorías: para algunos se trataría de las hijas del rey; para otros, de cautivas en las luchas primitivas, una élite de mujeres prisioneras reservadas para un jefe, que sería el único con derecho a tocarlas, o consagradas al espíritu de la tribu y, por ello, inviolables. Hay casos legendarios de Vestales fecundadas de forma maravillosa por un falo salido del fuego o de entre las ceniza, y convertidas por milagro en madres; es por ello que en el atrio de Vesta se guardaba, entre las cosas sagradas, un falo, que en Roma quedó divinizado bajo el nombre de Mutinus Titinus o Mutunus Tutunus; los falos eran considerados amuletos símbolos de fecundidad y contra la mala suerte , pero. .. a esta historia tan curiosa habrá que dedicarle otra entrada, sin duda, muy reveladora.
En resumen, las Vestales, elegidas entre las jóvenes principales de Roma, forzadas a guardar castidad sin previo consentimiento, dedicadas a servir el hogar de Vesta, cuidar y asear su templo, castigadas con dureza si incumplían sus obligaciones, gozaron, a cambio, de grandes privilegios; la pregunta queda en el aire: ¿compensarían a estas mujeres los grandes honores las pesadas onera, el altísimo cargo las inmensas cargas que llevaba aparejado?