"Roma está llena de leyendas que lo único que pretenden es engrandecer aún más su historia. Es como si la vieja ciudad dudara de su belleza, y hubiera encontrado en el pábulo un alimento para sobrevivir, un método de rejuvenecimiento" Emilio Calderón

domingo, 3 de febrero de 2013

La Fontana de Trevi (I): la venganza de un arquitecto



  
Al hablar de la Fontana de Trevi en Roma parecería  hasta imposible aportar algo nuevo a todo lo dicho ya de este archiconocido enclave de la Ciudad Eterna, lugar de visita obligada por ser uno de los lugares más espectaculares;  catapultada a la fama internacional desde que Federico Fellini  lo convirtiera en el escenario del mítico  baño nocturno de la exuberante Anita Ekberg  junto a Marcello Mastroianni en su película La dolce vita (1960) y  reproducida en láminas, fotografías, calendarios, pisapapeles y otros cachivaches de dudoso gusto, la famosísima Fontana de Trevi se ha convertido en todo un icono de la capital italiana.
En un intento por recorrer la historia real de esta monumental Fuente de los Deseos, empezaré por remontarme a sus orígenes romanos para terminar al fin con una de esas historias que tanto me gustan y que he dado en llamar, como este blog, “ se non è vero, è ben trovato".
Uno de los grandes problemas en época romana antigua era el abastecimiento de agua para la población; originariamente Roma se proveía de agua directamente del Tíber, con el peligro consiguiente de consumir agua contaminada. De ahí surge  la necesidad de traerla  desde lugares alejados de la urbe que garantizasen su perfecta potabilidad,  por tratarse de manantiales de agua pura, a través de acueductos construidos a partir de finales del s. IV a. C.
La leyenda nos cuenta que  en el 19 a. C. los  sedientos soldados del general Agripa, yerno del emperador Augusto,  fueron advertidos por  una virgen,  una  virgo, una joven  doncella,  de la presencia de un manantial de agua purísima a unos 22 km de la ciudad, que a partir de este momento proveyó el acueducto  llamado Aqua Virgo,  uno de los trece que hubo en la ciudad,  y que recorría un trayecto de más de veinte kilómetros , la mayoría de ellos bajo tierra. El momento en que la joven mostraba el lugar donde manaba el agua a las tropas romanas quedaría  reflejado,  años  más tarde, en la propia  fachada de la Fontana de Trevi.
 Estos acueductos, excelentes ingenios de la tecnología de la época,  fueron utilizados hasta la caída del  Imperio Romano, momento en que empezaron a caer en desuso por el abandono de su mantenimiento  hasta que en parte fueron destruidos en el año 537 d.C. , momento en que los godos asediaron Roma y destrozaron estas conducciones con el fin de rendir por sed fácilmente a los sitiados; en la Edad Media los romanos se vieron  obligados a aprovisionarse de agua extrayéndola de pozos contaminados y del propio Tíber, que simultáneamente era usado como cloaca; esto, lógicamente,  lo convertía en un foco de graves  infecciones y un peligro permanente  para la salud de los ciudadanos.
 Más tarde, durante el Renacimiento,  se revivió en Roma  la costumbre  de erigir una bella fuente al final de los acueductos que  conducían el agua a la ciudad y así,  en 1453,  el papa Nicolás V hizo reparar este acueducto  en cuyo término levantó una simple pila, obra de León Battista Alberti,  para recibir el agua.
El nombre de Fontana de Trevi procede de su situación, en la confluencia de tres vías (trivium),  aunque otra leyenda alude al nombre de la virgen romana  Trivia, responsable de su hallazgo,  como explicación;  escondida entre estrechas  calles, el efecto de su monumentalidad se hace más patente al visitante que se topa, de repente, con este gigante de travertino en una plaza que sorprende por su pequeño tamaño. Según uno se acerca  a ella, el rumor de agua anticipa su presencia pero la sorpresa que causa, de repente,  su espectacular  tamaño y apariencia impresiona sobremanera en ese juego de efectismo tan propio del Barroco; a mí, en particular, me gusta llegar a ella descendiendo desde el Quirinal, por un laberinto de callejuelas que potencia la experiencia del encuentro. La primera vez que la ves, no hay ojos para tanta belleza… y te sobran turistas en torno a ella; y es que la visites cuando la visites, un enjambre de personas se congrega a su alrededor, como si en ningún momento  del día ni de la noche  fuese a quedar desierta. Pero tal es su atractivo que te conformas con compartirla con la multitud, ¡qué remedio!
La Fontana, tal y como la conocemos hoy, es obra del arquitecto Nicola Salvi, después de que varios papas y varios proyectos antes tuviesen intención de construir una fuente monumental aquí, incluyendo uno del propio Bernini;  quien dio su aprobación al proyecto de Salvi fue  finalmente el papa Clemente XII, cuyo blasón es visible en la parte superior de la fuente  flanqueado a  cada lado por dos ángeles heraldos con trompetas, en un fenomenal  alarde propagandístico. La costosa construcción se demoró durante treinta años, de 1732 a 1762, y su arquitecto murió antes de ver concluida su obra; su delicada salud se vio resentida por  los constantes trabajos en los conductos subterráneos de agua donde la humedad hizo mella en sus problemas pulmonares crónicos. Habría de continuar la obra Giuseppe Pannini siguiendo los planos originales de Salvi, a quien se deben los relieves alusivos al legendario hallazgo del manantial de agua pura en la parte superior de la Fontana.
Una de las cosas que hacen a la Fuente de Trevi espectacular es su disposición literalmente “teatral”: como telón de fondo encontramos la fachada sur del Palacio Poli, un auténtico desconocido para los turistas, eclipsado por la grandiosidad de la fuente, al tiempo que en torno a ella, a modo de escenario,  se disponen gradas en semicírculo para que los asistentes puedan contemplar la gran representación de agua y piedra que constituye una de las obras cumbre del Barroco italiano. Pero veamos ahora quiénes son los actores y actrices principales de este derroche de imaginación en mármol travertino.

Océano o Neptuno en la Fontana (agosto 2010)

Una hermosa hornacina central se dibuja detrás del  gran protagonista, la figura majestuosa de un dios Océano o Neptuno, señor poderoso de los mares y las aguas,  que emerge en una gigantesca concha de la que, a modo de carro,  tiran a ambos lados dos caballos marinos, uno encabritado y el otro tranquilo,  acompañados de dos figuras de tritones que intentan dominar a los corceles; estos, a su vez, representan los estados del mar, ora embravecido y violento, ora calmado y plácido, de cuyas riendas se ocupan seres del cortejo marino, mitad hombres, mitad peces, a los que se acostumbra a presentar soplando en conchas que les sirven de trompa, como podemos observar  en la figura de la derecha. La figura del dios con la vestimenta al viento, entre las magníficas formaciones rocosas naturales y los borboteos de las cascadas de agua, contribuye  a crear un espectáculo grandioso y festivo, un homenaje al poder salutífero y vivificador del agua como regalo de la Naturaleza; estas figuras son obra de dos escultores, Giovanni Maini,  quien las inició, y Pietro Bracci, que les dio fin;  la fuerza del Neptuno parece inspirada en el propio “Moisés” de Miguel Ángel, así como el corcel manso y apacible recuerda, sin duda alguna, el caballo de Bernini en la “Fuente de los Cuatro Ríos” de Piazza Navona, a la que la propia Fontana di Trevi abastece de agua.
A cada lado del majestuoso Neptuno se descubren dos hermosas figuras femeninas  de Filippo della Valle que dan forma en escultura a  las mismísimas palabras en latín de la inscripción del friso superior, bajo el blasón papal, con las que Clemente XII deja claro, en su propagandístico mensaje, su compromiso con la “Abundancia”,  COPIA, y la “Salubridad”, SALUBRITAS, a través de esta fuente:
CLEMENS XII PONT MAX
AQUAM VERGINEM
COPIA ET SALUBRITATE COMMENDATAM
CULTU MAGNIFICO ORNAVIT
ANNO DOMINI MDCCXXXV PONTIF VI
Tritón con caballo marino a la derecha de  la Fontana (agosto 2010)

Se trata de un programa iconográfico interesantísimo que vale la pena examinar detalladamente. A  la derecha podemos contemplar  a una joven mujer elegantemente vestida con delicados plegados;  se trata de Higía o Salus,  que  porta en su mano izquierda una lanza mientras en la derecha sostiene una copa por la que se enrosca una serpiente. Era esta diosa Higía  en la mitología griega la personificación de la Salud, la personificación de la higiene como práctica terapéutica preventiva,  y con frecuencia es considerada una de las hijas de Asclepio, dios de la Medicina; la diosa  Salus en Roma no es sólo la personificación de la Salud , sino, en general, la de la “conservación”, y, curiosamente, en tiempos  poseyó un templo en un lugar muy próximo a la Fontana, el Quirinal. Hoy en día esta copa o cáliz con una serpiente enroscada a su alrededor es universalmente considerada como símbolo de la profesión farmacéutica.
Alegoría de la Salubridad en la Fontana (agosto 2010)

A la izquierda del dios del mar descubrimos otra delicada escultura de mujer , alegoría de la Abundancia; a sus pies, de un cántaro mana agua y con las dos manos sostiene una Cornucopia, el  Cuerno de la Abundancia o de Amaltea, la ninfa nodriza de Zeus cuando era niño; cuenta la mitología que un día, mientras jugaba, Zeus quebró  un cuerno de la cabra que le suministraba la leche y se lo regaló a Amaltea con la promesa de que este se llenaría milagrosamente  de todos los frutos que deseara. De ahí la representación de un cuerno del que salen flores y frutos, símbolo omnipresente en lugares de toda  Roma.
Alegoría de la Abundancia en la Fontana (agosto 2010)

Sobre el conjunto escultórico encontramos una clara referencia a los orígenes míticos de la Fontana; dos relieves muestran sobre las figuras femeninas, a la derecha, el momento en que la joven virgen muestra a los soldados de Agripa el manantial, y, a la izquierda,  el general Agripa en persona examina y aprueba los planos de la obra. Y aún por encima de todo el grupo, junto a la inscripción del papa Clemente, cuatro esculturas femeninas, dos a cada lado, representan las Cuatro Estaciones.
Hoy en día las  cristalinas aguas de la Fontana de Trevi que, según alguna leyenda local, en otros tiempos  aseguraban a las romanas el amor de sus amados tras beber estos un sorbo, no son potables; la fuente se somete periódicamente a trabajos de limpieza, pulido y  desinfección con cloro para evitar la proliferación de microorganismos en el agua. Pero es posible  probarla, y confieso que es deliciosa, si acertamos a dar con los caños de unos surtidores dispuestos a ese fin; están ubicados, aunque poco visibles entre el gentío,  a la derecha del monumento junto a una farola y en las escalinatas, también a mano derecha,  que bajan hacia el borde de la pileta donde todos los turistas  se disponen a asegurarse el regreso a la Ciudad Eterna al módico precio de una moneda, eso sí, cumpliendo estrictamente con el ritual de arrojarla con la mano derecha sobre el hombro izquierdo y siempre  de espaldas a la fuente. Pero el origen de esta tradición, así como alguna otra curiosidad más  sobre la Fontana, que estoy segura que será de vuestro agrado, prometo que será  el tema de mi próxima entrada, porque esta me está saliendo ya demasiado larga.
Como comenté al principio de la entrada, Nicola Salvi no vivió para ver concluida su obra; pero sí se aseguró, antes de su muerte, de hacer eterna una pequeña “venganza”. Y así llegamos a esa otra historia discutiblemente vera, pero que espero que  resulte  para quien no la conozca bèn trovata y explicativa de un elemento  insólito que lo cierto es que sí existe, lo cual da verosimilitud a la leyenda.
Sobre la balaustrada que  circunda la Fontana, en su lado derecho, justamente en el ángulo con la  Via della Stamperia, está esculpida  una  enorme vasija de travertino, visible  desde la calle, pero imposible de ser advertida desde la misma fuente ya que en esta  posición su aspecto queda mimetizado con la estructura rocosa; su aspecto recuerda, cuando se la contempla, el símbolo correspondiente al As de Copas de la baraja española, de ahí que a este extravagante objeto se le conozca en Roma como L’Asso di Coppe. 

L'Asso di Coppe de la Fontana de Trevi (abril 2012)

 Y la pregunta lógica  de qué hace ahí surge inmediatamente  y aquí es donde se revela la curiosa explicación; cuentan que durante los trabajos de construcción de la Fontana el arquitecto Nicola Salvi se veía constantemente molestado por los comentarios de un barbero criticón y pedante cuyo establecimiento estaba situado precisamente frente  a ese lugar de la baranda y donde a diario el artista acudía para ser afeitado. Exasperado por las continuas críticas del insufrible rapabarbas sobre su hermosa Fontana, Salvi tomó la decisión de impedirle la vista de su obra y en una noche hizo construir la enorme vasija, que le ocultó por completo la perspectiva desde la fachada de su barbería y le privó así  para siempre  de la belleza  de su magnífica fuente como venganza  ad aeternum.  Yo misma he comprobado in situ que resulta imposible disfrutar del espectáculo de la Fontana desde allí  e invito a mis amables lectores a hacerlo ellos mismos cuando tengan oportunidad; hoy ya no existe la barbería, aunque dicen que hasta no hace mucho sí hubo una, pero lo que yo pude ver fue tan sólo el local  de una vieja mercería y otro bajo junto a este con una persiana metálica bajada y un toldo-letrero, “Stampe Cornicsouvenir”. Corresponden, respectivamente,  a los números 83 y 84 de la Via della Stamperia, un poco más allá de una antiquísima farmacia, la Farmacia Pesci,  fondata nel 1552, como reza en su fachada, y de la conocida tienda de calzado  “Angelo”, datos que ayudarán a localizar más fácilmente el lugar para quien se anime a las pesquisas.
Sea o no cierta la leyenda, el caso es que es difícil explicar la extraña presencia de este elemento  que nada tiene que ver con el tema de la fuente y que no encuentra tampoco  correlato en el lado izquierdo de la balaustrada; en cuanto a lo que significa o pudiera representar, también aquí se apunta  una explicación que vendría a corroborar  la misma historia del fígaro maledicente ya que quizá se trata de la bacía o recipiente donde el barbero “montaba” la espuma de jabón para su trabajo.
Y por hoy hemos llegado al final de esta Historia con  “historia”, que dejo a vuestro criterio decidir si es vera, o si, por lo menos,  ha sido ben trovata;   tan sólo me queda daros las gracias, amables lectores, por vuestra paciencia y  espero reencontrarme con tod@s vosotr@s en la próxima entrada sobre esta inagotable Fuente de historias que es la Fontana de Trevi.





domingo, 13 de enero de 2013

LAS MADONNELLE STRADAIOLE DE ROMA




Uno de los descubrimientos más deliciosos e inesperados para el visitante cuando pasea por las calles de Roma es, al levantar la vista de modo casual, toparse en los muros de los edificios, en las fachadas de las casas y en los ángulos de palacios históricos con imágenes de la Virgen, de la Madonna, encastradas en pequeñas capillitas u hornacinas llamadas aquí edicole;  las llamadas cariñosamente  por los romanos madonnelle stradaiole,  pintadas al fresco o en tela, hechas en  madera, mosaico, mármol o terracota, son una manifestación popular de devoción a la Virgen a lo largo de los tiempos. Podemos encontrar repartidas por el centro histórico de Roma unas quinientas, aunque se dice que a mediados del s. XIX pudieron ser casi unas tres mil, de las que muchas  habrían desaparecido víctimas de las reformas urbanísticas que experimentó la ciudad a partir del año 1870; un recuento del año 1853 contabilizaba unas 2739 imágenes sagradas repartidas por las calles de la ciudad  de las que la mayoría corresponderían a imágenes marianas, frecuentemente representaciones de la Virgen con el Niño, Dolorosas o Marías orantes, aunque hay, pocas es verdad, algunas representaciones de la Crucifixión.

Con la palabra edicole se designan pequeñas construcciones, como  pequeños templetes, donde las imágenes veneradas se protegen de la lluvia y de los rigores del tiempo; sus formas son diversas y van desde un simple medallón con cornisas de estuco de gran decoración a formas más complejas que, con representaciones de querubines, angelitos y pilastras, les confieren una composición escénica espectacular, siendo especialmente destacadas las de periodo barroco; porque hay que decir que las hay de todas las épocas: medievales, renacentistas, barrocas, neoclásicas, modernas,…  cada una de ellas testigo de su época. Presentan otra característica particular, un dosel o baldaquino casi siempre con un toldo de metal enriquecido con un dobladillo y flecos; también destaca su estratégica colocación en las paredes, en la línea divisoria entre la planta baja de las casas y el primer piso, entre dos ventanas del primer piso o en las esquinas del edificio, a una altura que facilitaba que estuviesen a salvo de posibles daños de los carruajes y que, a los ojos de los fieles, recordaba la disposición en altura de las imágenes sacras en el interior de templos e iglesias.


Muchas de estas Madonnelle pueden verse aún hoy acompañadas de farolas y lámparas, y no hay que olvidar que estas eran los únicos instrumentos de iluminación durante mucho tiempo de las calles romanas; esta necesidad de iluminar rincones oscuros, lugares peligrosos de los barrios donde, desde la Roma Antigua, el caminante podía verse al anochecer  a merced de salteadores, ladrones o asesinos que esperaban a cualquier incauto para robarle y deshacerse luego de su cadáver lanzándolo al Tíber.  Es muy posible que esta luz procedente de los edicole proporcionase a los habitantes de Roma una sensación de  protección y seguridad mayor al proceder de un lugar dedicado a la Virgen.

Esto nos lleva a indagar en las raíces  de estos edicole marianos; el término procede del latín aedicula,  ‘capilla, hornacina’,  que, a su vez, es un diminutivo del sustantivo aedes, ‘templo, santuario’. Parece que podemos remontarnos para hallar sus orígenes a Servio Tulio, sexto rey de Roma, y a su política urbanística, con el fin de proteger las regiones y barrios en que había sido dividida la ciudad; procederían  de los llamados Compita Larum, que era como se llamaban los edicole sagrados de los antiguos romanos, pequeños altares públicos en honor de los Lares Compitales, divinidades romanas probablemente de origen etrusco encargados de velar en las encrucijadas  y a los que se dedicaban las Compitalia, fiestas celebradas en las encrucijadas de las calles y caminos con especial protagonismo de los esclavos y en las que las estatuillas de los Lares eran adornadas con guirnaldas de flores, al tiempo que se les hacían ofrendas de pasteles de miel y pelotas o muñecos de lana. En tiempos de Augusto dicen que se contabilizaban hasta unas 265 de estos altarcillos, número que bajo Constantino ascendió hasta unas 423.
Con el Cristianismo estos primitivos cultos paganos  se asimilaron a las nuevas creencias y el transcurrir de los siglos no ha mermado su popularidad, tanto que junto a estos altarcillos  no es extraño encontrar aún hoy en día ofrendas de flores y velas; pero también es cierto que muchas adolecen de un estado de conservación precario, de degradación y hasta de abandono, ellas cuyo cuidado y mantenimiento hasta finales del s. XIX corría, voluntariamente,  a cargo de los vecinos de cada barrio.  Asociadas en otros tiempos a una fuerte devoción religiosa, forman parte hoy del genuino patrimonio cultural del pueblo; convertidas en objetos de veneración con motivo de epidemias, peligros, amenazas  y episodios milagrosos como haber movido los ojos, o como agradecimiento por favores concedidos y anónimos, constituyen una espléndida muestra del arte popular, siendo algunas de ellas auténticas obras de arte.

A modo de ejemplo repararemos en una de estas aedicolae marianas  que, como veréis, sería imposible que les pasase desapercibida a los viandantes a causa de su ubicación a la altura misma de los ojos, a no ser porque queda eclipsada  por el extraordinario enclave donde se sitúa: la mismísima Plaza de Trevi, donde la Fontana es la auténtica protagonista;  es, sin embargo, de una belleza tan imponente que merece que nos detengamos a contemplarla.

Conocida como la “Madonna dell’ Archetto di Trevi”, está situada en el ángulo del Palacio Castellani  entre la via della Stamperia y la via del Lavatore; se trata de una imagen del s. XVIII pintada al óleo sobre yeso, apenas visible tras el cristal que la cubre.  Sin embargo, este precioso testimonio de la fe popular destaca por el efectista aparato que la rodea: sobre un  alto pedestal  dos jóvenes ángeles, elegantes y de gran tamaño flanquean la imagen, enmarcada por un fastuoso haz de rayos adornado de estrellas, al tiempo que sostienen sobre ella una guirnalda de flores. Por encima del conjunto sobrevuela un dosel o baldaquino repleto de cabezas de querubines con alas, mientras que sobre el podio, a los pies de los dinámicos ángeles,  hay una pequeña farola que descansa sobre una base de volutas de hierro forjado.
Se trata, en este caso, de una de las varias copias que  se diseminaron por toda la ciudad en recuerdo de un hecho extraordinario acaecido a una  de estas madonnelle, la Madonna dell’Archetto  de la via de San Marcello , en el mismo barrio de Trevi, aunque parece que no fue la única, cuando el día 9 de julio de 1796 se le empezaron a mover los ojos, lo que fue interpretado como funesto presagio de un acontecimiento político de gran relevancia  por los numerosos testigos que presenciaron el hecho. Por aquel entonces los Estados Pontificios estaban la amenaza de las tropas napoleónicas, lo que se confirmaría dos años más tarde cuando el general francés Berthier, amigo personal del emperador, entró en Roma el 10 de febrero de 1798 y cinco días más tarde apresó al papa Pío VI y se declaró la República Romana. Hoy,  esta legendaria imagen, obra del pintor boloñés Domenico Muratori en el año 1690, es venerada en el llamado “più piccolo Santuario Mariano di Roma”, la iglesia  de  Santa Maria Causa Nostrae Laetitiae.
Recuerdo con cariño como en nuestra última visita a Roma en abril del año pasado, una vez advertidos de su presencia, mis alumn@s no tardaban en localizarlas y en ayudarme a fotografiar todas aquellas que pudimos; quiero aquí, aprovechando la ocasión, expresarles las gracias, así como también agradecer a mi amiga y siempre fiel colaboradora, compañera de Arte en nuestro instituto, el precioso montaje que hizo con algunas de ellas y que encabeza esta entrada de hoy.
Sé que no son muchas fotografías las que os ofrezco, y a veces, su calidad no es la óptima para apreciarlas en toda su belleza; algunas fueron hechas a distancia, entre el gentío y el  tráfico terrible de Roma, sin apenas tiempo para enfocar, de camino a lugares de horario restringido y a donde nos dirigíamos con prisa. Con otras el encuentro fue de noche y os aseguro que algunos rincones de la Roma actual no disfrutan de más iluminación de lo que lo harían hace siglos. Con el fin de subsanar mi error, para quienes puedan estar interesados en admirarlas con mayor y mejor detalle, os facilito un enlace magnífico:
Espero y deseo, mis amables lectores, que este itinerario alla scoperta di Roma haya sido de vuestro agrado; a mí, os lo aseguro, me ha proporcionado el placer inmenso de recrear mi último viaje.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Una "Barbie" para la Eternidad.



En este tiempo de Navidad, de celebraciones y de obsequios, en la que cobran especial protagonismo los niños, me pareció buena idea dedicar mi entrada de hoy a una enternecedora historia que, por intrascendente, pasará desapercibida para la gran Historia, pero que, junto con otros tantos episodios menores, contribuye a un mejor conocimiento de  la vida cotidiana de los antiguos romanos,  de esos anónimos personajes  que también aportaron su granito de arena al devenir del Imperio. Os invito, amables lectores, a descubrir conmigo por qué razón la he titulado “Una Barbie para la Eternidad”.


Palacio Massimo alle Terme (abril 2012)

En Roma, en medio del incesante tráfico de vehículos y personas que a diario cruzan la zona de  la Estación Termini se alza elegante el edificio que alberga el Palacio Massimo alle Terme, una de las cuatro sedes en que se divide el Museo Nacional Romano; es este museo un joyero que guarda en su planta sótano una perla excepcional que pasa desapercibida, en muchos casos, hasta para los que visitan las instalaciones. Se trata de una momia infantil romana, un caso excepcional ya que la momificación no fue nunca una costumbre en Roma y que, por tanto, puede ser considerada un espécimen único;  la inhumación y la cremación de los cadáveres eran las prácticas funerarias habituales de los romanos, así que el hallazgo en  febrero de 1964 de un cuerpo femenino de unos ocho años de edad conservado por momificación antropogénica, es decir, por intervención directa o indirecta de la mano del hombre, impactó a la comunidad arqueológica. El descubrimiento fue realizado accidentalmente  a las afueras de Roma, a unos 7 u 8 km. al norte de la ciudad en el distrito de Grottarossa, motivo por el cual se la conoce hoy con ese nombre, mientras se realizaban unos trabajos de excavación previos a una obra de construcción. El cadáver, que llevaba puesta una túnica de seda,  fue hallado dentro de un sarcófago rectangular de mármol blanco datado en la segunda mitad del s. II d. C., finamente decorado con tallas ornamentales que representan escenas de caza de ciervos y jabalíes que estarían quizá inspirados en el episodio de Dido y Eneas del libro IV de la Eneida; la tapa de apertura frontal muestra una escena de captura de un cachorro de león, tema que alude probablemente a la muerte prematura de la niña arrebatada a sus padres. Se ha llegado a pensar que algunas de estas escenas tienen connotaciones africanas y se especula si hay incluso una influencia egipcia, dato que como veremos más tarde, vendría respaldado por otras evidencias.
La momia de Grottarossa (abril 2012)

Las momias son siempre como libros abiertos, como testigos mudos de la  Historia que  hablan y que revelan sus secretos a quienes estén interesados en escucharlas; la “momia de Grottarossa” no es una excepción.  Como indican su peso y su desarrollo dental,  pertenecía a una niña, pero no había en ella signos de evisceración y el cerebro estaba intacto,  tal como demostraron la pruebas que se practicaron; no se hallaron en ella ni evidencias de natrón ni de betún, pero los análisis identificaron la presencia de resina de coníferas y polen de mirra sobre el cuerpo.  Las últimas investigaciones llevadas a cabo por investigadores de la Universidad de Bristol sobre trece momias conservadas en museos británicos parecen haber demostrado que la base de conservación de estos cuerpos llevaba en su composición resinas de coníferas y cera de abeja, aplicadas al final del proceso; asimismo sobre la piel de la niña fue hallada un trozo de resina de embalsamamiento. Esto vendría a demostrar que la técnica de momificación empleada fue, sensu stricto, el “embalsamamiento”, es decir, el tratamiento con bálsamos, como revela la ausencia de cortes, de residuos de sales, la persistencia de todos los órganos internos y la exhalación de olores aromáticos en el momento de su descubrimiento por el uso de sustancias perfumadas; a esto se une que los análisis químicos revelaron la presencia de ácido abiético, mostrando evidencia de elementos de cupresáceas, en particular del enebro (Juniperus). Esta técnica parece haber sido usada  comúnmente en el Egipto del último periodo, incluyendo la  era romana en que aún vivía la niña de Grottarossa; la pregunta que nos formulamos es por qué sus padres recurrieron a técnicas funerarias egipcias cuando el cuerpo es claramente caucasiano (incluso se apunta a que, por  las características antropométricas de su cráneo, descendiese del Norte de Italia), el sarcófago es evidentemente romano y la momificación se llevó a cabo  en la propia Roma como parecen confirmar las técnicas de tejido del lino utilizado para las vendas que cubren el cuerpo.
Se han barajado diversas hipótesis: desde  que la niña habría vivido un corto periodo de tiempo en Egipto hasta que su familia formase parte de alguno de los grupos religiosos que estaban activos en Roma por aquella época. Era  enorme la  atracción que sobre Roma ejercía  Egipto, sobre todo desde finales de la República;   la novedad misteriosa que ofrecían  algunos dioses y diosas egipcios a la fantasía grecolatina hizo que sus cultos penetrasen pacíficamente en la capital del Imperio.  Llegados en un momento de profunda crisis religiosa, los cultos egipcios,  al igual que sucedió con otros cultos orientales, atraían a multitud de devotos que  se sentían fascinados por la vistosidad y el colorido de los rituales así como por unos misterios que prometían una vida más allá de la muerte; podría explicarse así que la momificación de la niña responde a que ella misma o sus padres eran adoradores de estas divinidades egipcias, tras un periodo de residencia en África, lo que justificaría la decoración del sarcófago en que fue hallado el cuerpo, o como seguidores fervientes de este culto cuyos avances habrían hecho posible el proceso de momificación en la propia Roma.
Pupa de Grottarossa (agosto 2010)
Pero el ajuar funerario de nuestra momia presentaba extraordinarias curiosidades; exhibe joyas de un tipo que corresponden a su juventud: un juego de pendientes de oro muy sencillos, un collar de oro con zafiros y un anillo de oro con una Victoria Alada incisa, todo lo cual nos informa de que la pequeña pertenecía indudablemente  a una familia acomodada, dado el metal empleado,  el oro, y la procedencia de la piedra preciosa, el zafiro, cuyo origen ha podido ser  localizado en el lejano Sri Lanka, la antigua Ceilán , al igual que sucede con ciertos objetos de ámbar que, como veremos a continuación, procedían del Báltico. El conjunto se completaba con una pequeña caja de ámbar en forma de concha, un tarrito de ámbar, una cajita con asa, un dadito de ámbar así como algunos pequeños objetos también de esta resina fósil  que fueron colocados como amuletos entre las vendas de lino que cubrían sus restos y   … ¡una pupa, una muñeca de marfil articulada de extraordinaria factura! Este hallazgo me lleva a hacer una reflexión sobre el papel universal que los juguetes han desempeñado desde siempre en el natural entretenimiento de niños y niñas; las jovencitas griegas y romanas se divertían con sus muñecas, de las que se han encontrado varios ejemplares, incluso con sus brazos, piernas y cabezas articuladas (  baste poner como  ejemplo más notable  en España las  bellísimas cinco muñequitas romanas halladas en 1946 en una necrópolis infantil en  Ontur y que hoy se conservan en el Museo de Albacete). Muchas veces a las muñecas las acompañaban sus minúsculas vajillas, sus diversos complementos y hasta sus diminutas joyitas.

Ajuar funerario de la momia de Grottarossa (agosto 2010)
En Roma las jóvenes, cuando se iban a casar, en la víspera de sus nupcias, consagraban sus muñecas a los Lares y a los Penates, las divinidades protectoras del hogar;  pero a nuestra niña de  Grottarossa no le dio tiempo a llegar a esa edad  y por este motivo su juguete más preciado, su querida “Barbie”,  fue incluida  por la familia en su ajuar funerario camino de la Eternidad. Esto nos traslada una nueva reflexión: ¿de qué murió la pequeña a edad tan temprana?, ¿cuáles pudieron haber sido las causas que propiciaron su prematuro fallecimiento?
Las investigaciones realizadas sobre la momia muestran antracosis relativamente avanzada para la juventud del cuerpo; esta enfermedad, conocida popularmente como “tisis del minero”, significa la presencia en los pulmones de polvo de carbón inhalado. La pregunta lógica que nos hacemos es cómo es posible que tal cantidad de partículas de polución fuesen a parar a aquellos pulmones infantiles y la respuesta viene de la mano de los modernos paleopatólogos.
En la Antigua Roma los espacios interiores sufrían un altísimo grado de contaminación por partículas, sobrevenida de la quema de grasas vegetales y animales en las lucernae, lamparillas de terracota de las que hallamos cientos de ellas hoy expuestas en los museos, ennegrecidas por el uso, para dar luz artificial; asimismo las técnicas culinarias de la época requerían la combustión de materiales vegetales en las cocinas, de igual manera que los hogares se calentaban, para hacerlos más confortables en la medida de lo posible, recurriendo a la quema de madera, de cualquier otra materia vegetal o incluso de estiércol. Todos estos materiales serían los responsables de la contaminación y polución de los interiores al generar  en la combustión partículas peligrosas y gases tóxicos, lo que contribuiría a la mala salud de las personas, independientemente de su sexo o de su edad.
Los datos de nuestra momia  revelan una anormal pigmentación negruzca de los alveolos pulmonares explicable por la  inhalación masiva y continua de  partículas de carbón y  hollín que justificarían, dada su corta edad, complicaciones en el aparato respiratorio; no es descabellado afirmar que la muerte le sobrevino por alguna enfermedad que redujese la función respiratoria y la cantidad del aire, como el enfisema, dos de cuyas causas pueden ser la exposición prolongada al humo y la contaminación ambiental , aunque quizás nunca lleguemos a saberlo con seguridad.
Hoy, cuando la contemplamos en una vitrina, como una pequeña Blancanieves romana en su ataúd de cristal, su aspecto causa una mezcla extraña de ternura y desagrado, de tristeza y de asombro; recuerdo la penosa impresión de mi hija pequeña, que por aquel entonces contaba más o menos la misma edad que la niña de Grotttarossa, al verla allí tendida, ennegrecida y enjuta, con un rostro en que se destacan, extrañamente enormes, los incisivos centrales. Y no fue la única porque parecida sensación experimentaron en abril del año pasado mis alumn@s.
Desde el punto de vista de su conservación, la momia parece satisfactoriamente preservada, expuesta en el museo en particulares condiciones de temperatura y humedad;  ahora el  conjunto del cuerpo se muestra arrugado como consecuencia de la completa deshidratación que experimentó, lo que como consecuencia hace que sólo pese unos  4960 gramos  para sus 120 centímetros de longuitud  total, y su piel, dura y rígida, ofrece un tono parduzco.  Pero parece que no siempre fue así; cuando tuvo lugar el hallazgo, testigos presenciales que tuvieron la oportunidad de examinar la momia in situ hablan de que el cuerpo se encontraba bien hidratado y que por sus características parecía un sujeto blanco vivo, aunque pronto empezó a arrugarse y experimentar una progresiva decoloración, seguramente como consecuencia de la repentina exposición al aire de un cuerpo que había permanecido guardado en un recipiente hermético durante dieciocho siglos.
Cada vez que visito Roma,  sé que me aguardan en el Palacio Massimo grandes tesoros que disfruto con absoluto placer, pero siempre reservo la última parte de la visita a mi particular homenaje a ese ingenuo pedacito de la Historia de Roma que significa la “momia de Grottarossa”.
Espero, mis queridos y pacientes lectores, que hayáis disfrutado con este paseo por Roma y sólo me queda desearos un esperanzador Año Nuevo 2013 nada mejor que haciendo míos los versos del poeta Ovidio en sus Fasti cuyo libro primero está dedicado al dios Jano,  aquel a cuyo reinado se le atribuyen las características propias de la Edad de Oro: honestidad perfecta en los seres humanos, abundancia y paz completa.
Ecce tibi faustum, Germanice, nuntiat annum
Inque meo primus carmine Ianus adest.       
  
 (OVIDIO: Fasti, I, vv. 63-64)


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