"Roma está llena de leyendas que lo único que pretenden es engrandecer aún más su historia. Es como si la vieja ciudad dudara de su belleza, y hubiera encontrado en el pábulo un alimento para sobrevivir, un método de rejuvenecimiento" Emilio Calderón

domingo, 30 de octubre de 2011

DMS "DIIS MANIBUS SACRUM"

Lararium en una popina (snackbar) de Pompeya
Teniendo en cuenta las fechas en que nos encontramos,  Todos los Santos y Difuntos, y aprovechando que “el Tíber pasa por Roma”, la entrada de hoy hará referencia al culto a los muertos en la antigüedad romana; he de reconocer que en esta ocasión ha sido hecha  a instancia y petición de mi hijo, quien consideró que sería interesante y, a la vez, muy oportuna.
La religiosidad romana, desde su origen, tuvo uno de sus pilares básicos, fundamentales, en la vida familiar; las ceremonias y oraciones eran oficiadas,  en calidad de sacerdote del culto doméstico, por el pater familias, el varón cabeza de familia, y en ellas se ofrendaban y quemaban alimentos, vino, flores…
Todas estas prácticas tenían lugar en el atrium de la casa, la pieza central  hacia la cual se ordenaban  todas las habitaciones y  donde se encontraba  el altar doméstico, el lararium; aquí era  donde primitivamente ardía el fuego sagrado, se conservaban las imagines maiorum, las mascarillas funerarias en cera o bronce de los antepasados, y las pequeñas figuritas de los dioses protectores de la casa. Era primordial conciliarse con los distintos espíritus que protegían el hogar: los lares, que guardaban la salud y la paz familiar; los penates, que protegían la despensa y las provisiones; y los manes, los espíritus de los antepasados muertos.
Son estos en concreto sobre los que voy a centrarme en esta ocasión; en cientos de inscripciones  encontramos la abreviatura DMS, Diis Manibus Sacrum, Consagrado a los dioses Manes, grabada en lápidas, estelas y aras sepulcrales romanas.
Los romanos, por clara influencia etrusca, creían en la existencia de una vida más allá de la muerte y cuidaban con esmero supino sus rituales de enterramiento y cremación de los cadáveres. Ya en la “Ley de las XII Tablas”, el primer código legal romano escrito y expuesto públicamente, en concreto en  la Tabla X,  se recoge la prohibición expresa de dar sepultura o incinerar ningún cuerpo dentro de la ciudad, con el fin de evitar el riesgo de incendios y los problemas higiénico- sanitarios, respectivamente:
Hominem mortuum in urbe ne sepelito neve urito
Junto a las calzadas que salían de las ciudades levantaban los romanos las tumbas de sus muertos; ricamente decoradas unas, otras con menor ostentación, nos han dejado el emotivo testimonio de sus inscripciones, en las que el difunto invita a entablar “conversación” a los que por su lado pasan; muchas comienzan: “Oh viajero, párate y léeme; aquí yace…” Aún recuerdo con ternura la traducción de muchas de ellas, fiel reflejo de la vida de sus protagonistas, en mi año de estudio de latín arcaico. ¡Qué gratos recuerdos!
Basado en un concepto eminentemente práctico que garantice la protección y el favor de los no vivos, deudos y familiares se afanaban en decorar las tumbas con guirnaldas de flores y en ofrecerles  banquetes fúnebres que asegurasen su felicidad en la creencia de que pasaban hambre y sed;  cada día 10 de mayo empezaban las Lemuria, las fiestas de los Lemures, dedicadas a los dioses Manes, siendo considerado este mes fatal, en palabras del poeta Ovidio en sus Fasti, por ejemplo,  para la celebración de bodas.
Olvidarse de un muerto podía acarrear a las familias funestas consecuencias , porque pasaría a convertirse en una auténtica pesadilla para los vivos y vendría a reclamar lo que se creía que se le adeudaba;  por el contrario, el que era debidamente honrado, pasaría a convertirse en un dios favorable y protector que tutelaría con agrado e interés a aquellos que le ofrecían comida y ofrendas. Se creía que los muertos, lejos de llevar una vida feliz y apacible, sufrían una existencia desdichada y, por ello, cuidar de ellos  garantizaba su amable protección a los vivos.
Debidamente tratados y atendidos, los antiguos habían aprendido a atraerse a los espíritus de sus difuntos, a tenerlos apaciguados para que no vagasen por la tierra errantes y desasosegados, con el consiguiente beneficio que ello les reportaba.
De aquí al Halloween de los países anglosajones y al Samaín de los pueblos de cultura celta, tan sólo hay un paso; en Galicia sobrevive la fiesta del Samaín, muy recuperado especialmente en la zona  de Cedeira y Ferrol, con su costumbre de las calabazas relacionadas con  el culto a la muerte (con razón un profesor mío en la facultad decía que Galicia era el último reducto pagano de Occidente)
Como cierre final convendrá recordar lo que dejó escrito  el poeta romano Marcial con buena dosis de sabiduría:
  
Summum nec metuas diem nec optes. (Epigramas, X,47,13)
                        El último día  ni lo temas ni lo desees.

Valete, amigos.

viernes, 28 de octubre de 2011

TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ROMA.

“Buscas a Roma en Roma, ¡oh peregrino!, y en Roma misma no la hayas" (Francisco de Quevedo)

Umbilicus mundi en el Foro Romano
¿Quién no ha escuchado más de una vez esta frase que da título a la entrada de hoy? Y sin aún contestar esta,  otra duda nos asalta, porque cuando ya estás en Roma, ¿ a dónde llevan todos los caminos? Pues al kilómetro 0 ;  y preguntará extrañado el viajero dónde se encuentra.  He aquí la respuesta: se dice que primero estuvo en el Miliarium  aureum (aunque eso no sea del todo cierto, como veremos),  y más tarde en el  Umbilicus urbis,  ambos en el Foro de Roma.
Conviene que, aunque sólo sea para ubicarnos ( palabra que procede  del latín ubi y  significa  “donde”), hagamos un poco de historia.
La red viaria que partía de Roma fue un complejo entramado de caminos que vertebró el Imperio y puso en conexión la capital con los más alejados confines del territorio;  utilizada inicialmente por el ejército en sus desplazamientos, más tarde se vio en ella grandes posibilidades para la administración y el comercio,  y más tarde aún habría de ser el catalizador de la invasiones de los pueblos bárbaros.
Las calzadas romanas constituyeron un modelo de ingeniería y técnica constructiva, especialmente las construidas en los momentos más gloriosos del Imperio;  unida  a esta red viaria, los romanos, hábiles organizadores, establecieron ,  para los que iban en viaje oficial, una infraestructura de “mansiones”, establecimientos de equipamiento,  hoy diríamos “hotelero” y “hostelero”,  donde pernoctar, cenar y  con servicio “técnico” para el cuidado de caballos y  vehículos . Del  a. 280  conservamos un documento, de autor desconocido,  el “Itinerario de Antonino”, donde aparecen registrados los 372 caminos que desde Roma recorren todo el imperio, con un total de 90.00 km.; mucho se ha especulado sobre su utilidad, pero lo más probable es que se trate, más que de una guía de viajes, de un localizador de “mansiones” con un fin recaudatorio, ya que se trataba de paradas oficiales bajo la supervisión y control de un oficial romano.
Mayor curiosidad ofrece otro documento que hasta podríamos considerar la “Guía Michelin”, o,  para hacer patria, la “Guía Campsa”, de la época;  se trata de la Tabula Peutingeriana,  un mapa fechado entre el s. II y el IV d. C. con los itinerarios  a lo largo y ancho de las calzadas romanas y que ha llegado a nosotros por copias de la Edad Media;  muy interesante ha resultado el proyecto de adaptación de este mapa de las vías romanas para planificar itinerarios hoy en día  que  realizó  René Vooburg y que podemos consultar en la siguiente dirección en forma de mapa digital:


Para los viajeros pobres , con el fin de pasar la noche,  quedaban mesones y tabernas, figones  de ínfima calidad y dudosa reputación,  donde con frecuencia se ejercía la prostitución, actuando el mesonero de proxeneta .
La primera vía romana fue la Via Appia, que iba de Roma a la localidad de Capua, famosa por su escuela de gladiadores y escenario de la archiconocida  rebelión de esclavos capitaneados por el célebre Espartaco (quede para la posteridad la gran película que Stanley Kubrick  dirigió), y que puso contra las cuerdas a la mismísima Roma; lleva el nombre de Apio Claudio el Censor que la inició durante el ejercicio de su cargo y tal fue su importancia que de ella se dijo que era longarum regina viarum, es decir, la reina de las grandes calzadas.
Y después de esta digresión, volvamos al tema que nos ha traído aquí, el punto de partida de todos estos caminos: el Foro, el corazón palpitante de la urbe, donde la vida pública se mostraba en toda su efervescencia,  y donde , en un gigantesco mercado, se mezclaban los negocios,  la política, los litigios, las ceremonias  sagradas y los sacrificios, la exhibición de rarezas llegadas de los lugares más remotos, la prostitución, la exposición pública de las leyes … en medio de  un gentío tan heterogéneo y abigarrado como ruidoso.
El Foro original o Forum Magnum se vio  acrecentado con el paso del tiempo con sucesivas ampliaciones desde finales de la República y en el Imperio, constituyendo un complejo urbanístico de enormes proporciones, de una magnificencia monumental,  los “Foros Imperiales”;  pero a estos les dedicaremos otra entrada más adelante, que bien la merecen.
En este espacio del primitivo Foro se levantaba junto a los Rostra, la tribuna de los oradores, (llamada así porque lo adornaban los espolones, rostri, de los barcos cogidos a los enemigos),  el Miliarium  aureum, un cipo de piedra revestido de bronce dorado, del que hoy apenas queda un basa de mármol cilíndrica sobre la que debió estar asentado;  probablemente tenía la forma  de los mojones o hitos que se colocaban a lo largo de las calzadas romanas para marcar las distancias cada mil pasos (unos 1480 metros actuales) , de igual manera que en nuestras carreteras y autopistas actuales cumplen su función los indicadores kilométricos.  Fue el emperador Augusto quien erigió  esta columna donde concurrían todas las vías, aunque no fuera este punto desde donde se medían todas las distancias, sino desde las últimas casas de la ciudad.
El  Umbilicus mundi o Umbilicus Romae , el ombligo del mundo/ de Roma, es más tardío;   erigido por el emperador Constantino,  estaba situado al norte de los rostra  y este punto se convirtió  en  el punto nodal del universo, como hoy diríamos de la “Puerta del Sol” en Madrid. Hoy queda a la vista un basa de ladrillo, que seguramente estuvo en tiempos cubierta de mármol.
Roma, nacida de un pequeño conjunto de cabañas en el Palatino, llegó a convertirse en la más grande metrópolis de la Antigüedad y extendió sus dominios por un vastísimo territorio, de norte a sur, de este a oeste;  durante siglos dirigió  los destinos de la mayor parte de las tierras  conocidas  entonces  convirtiéndose así en caput mundi, en cabeza, en capital del mundo.

domingo, 23 de octubre de 2011

HABEMUS BLOG! ALEA IACTA EST.

Roma desde Trinidad del Monte
Este blog que hoy se estrena no tiene pretensión alguna de ser una historia de Roma, ni tan siquiera una detallada guía turística;  tan sólo quiere  dar mi propia y particular visión de Roma, de “mi Roma”,  tal como yo la percibo y la disfruto desde hace años. Se podría resumir en que es la respuesta somática a la impresión psicológica que Roma me provocó desde la primera vez que llegué a ella; esta ciudad trimilenaria me invadió, me conquistó, me sedujo y me fascinó en una vorágine de enamoramiento hepático (porque ya para los antiguos el hígado era la sede de los sentimientos más profundos, el amor y el odio). En esa primera ocasión entré en la ciudad de noche, como un furtivo, y no tenía ojos para tanto secreto iluminado, con el corazón encogido por la emoción de reencontrarme durante unos días con tantos “viejos amigos” que me han acompañado desde mi adolescencia hasta hoy, mi estudio entonces y mi dedicación ahora; y en aquella madrugada fue  tan cálida la bienvenida que se nos dispensó que ninguno de nosotros, ni mis alumnos, ni los excelentes amigos que me acompañaban, ni yo misma queríamos retirarnos al hotel a descansar.
Porque otro de los alicientes que tiene para mí Roma es la maravillosa compañía que siempre ha formado parte de mis viajes: colegas y amigos con los que he disfrutado y he aprendido tanto, tantísimo (gracias, cara T., por tu incondicional “sí” a mi locura de proyecto, gracias siempre), y a mi familia que ha participado en estas visitas, in ausentia con su apoyo total, ilimitado y leal, y in praesentia por su implicación y entusiasmo al participar en ellas (“Tutta Roma” en diez días es mucho pedir). Gracias a todos vosotros por secundarme y por…aguantarme.
Quiero también desde aquí, desde esta primera entrada, agradecer también a todos aquellos blogs que me han precedido en esta tarea de descubrir más a fondo esta magnífica ciudad; de todos iré dejando referencias en próximas entradas porque es justo el  reconocimiento y un placer acercarse a ellos para leerlos. Algunos han cesado ya su actividad, pero “scripta manent”; otros, afortunadamente, siguen activos, y  de otros esperamos, ¿verdad, Jesús?, que renazcan como el Ave Fénix en breve.
Y para finalizar quiero expresar mi enorme gratitud a todos aquellos amigos del mundo bloguero que habéis alentado, animado y hasta “premiado” esta nueva empresa antes de nacer; gracias a Miguel Ángel, a Uriel, a Jolie, a C.G. Aparicio, a Dlt, por su inestimable apoyo y firme fe en mí.
Habemus blog; por fin fumata blanca. Como dijo César al cruzar el Rubicón, Alea iacta est, la suerte está echada; sólo espero que los dioses me sean propicios.
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