"Roma está llena de leyendas que lo único que pretenden es engrandecer aún más su historia. Es como si la vieja ciudad dudara de su belleza, y hubiera encontrado en el pábulo un alimento para sobrevivir, un método de rejuvenecimiento" Emilio Calderón

domingo, 27 de noviembre de 2011

DE VIRGINIBUS VESTALIBUS

Estatua de Vestal (marzo 2011)

Como complemento a la entrada anterior sobre el templo de Vesta en Roma, me he decidido a publicar esta que tiene como protagonistas a las sacerdotisas dedicadas al culto de la diosa del hogar y el fuego; surge, además,  como respuesta  al interés suscitado sobre estas mujeres que  yo misma había dejado un poco de lado para  centrarme especialmente en la confusión creada en torno a los dos supuestos  templos de Vesta.  Justo será  profundizar en el carácter excepcional de este colegio sacerdotal,  el único  femenino en la antigua Roma,  que presenta elementos  curiosos y dignos de ser reseñados.
Tan antiguas como el culto de Vesta son las Vestales,  y el propio Tito Livio en su  Ab urbe condita 1, 3, 11, nos  narra que Rea Silvia, la madre de Rómulo y Remo, era  una Vestal:
Addit sceleri scelus: stirpem fratris virilem interemit, fratris filiae Reae Silviae per speciem honoris cum Vestalem eam legisset perpetua virginitate spem partus adimit.
(Amulio) añadió crimen sobre crimen: mató a los hijos varones de su hermano y a la hija de su hermano, habiéndola elegido como Vestal, con la apariencia de honrarla, la privó de la esperanza de dar a luz, obligándola a una perpetua virginidad.
Numa Pompilio, según Livio, sería quien  habría elegido a las Vestales, sacerdocio originario de Alba Longa, ciudad fundada por Iulo o Ascanio, hijo de Eneas:
virginesque Vestae legit, Alba oriundum sacerdotium et genti conditoris haud alienum ( Ab urbe condita, 1, 20, 2)
Eran seis y eran  elegidas por el pontífice máximo,  la cabeza religiosa del estado romano;  las muchachas seleccionadas eran propiamente  “arrebatadas”, porque el verbo  capere ,  el mismo usado en la designación de los pontífices y los augures, es el utilizado también  en la elección de las Vestales.  Una vez en el atrio de la diosa, sin menoscabo de derechos y sin emancipación alguna, las doncellas salían de la patria potestad, constituyéndose en ciudadanos  de pleno derecho,  y , aun siendo mujeres,  tenían facultad de hacer testamento.
Existían, no obstante, condiciones exigidas  para su elección:   se trataba de niñas  de  entre los seis y los diez años de edad, a las que  se les exigía no ser huérfanas ni  de padre ni de madre, ni presentar ningún defecto físico, como la tartamudez o la sordera;  sus padres debían tener su domicilio en Italia y  no podían haber vivido en la esclavitud, ni haber ejercido profesiones infamantes ni negocios sórdidos, entre los que se contaban los gladiadores, los maestros de gladiadores,  los dueños de burdeles, los miembros de sociedades de pompas fúnebres y hasta los pregoneros.
El principal deber de estas sacerdotisas era mantener siempre vivo el fuego sagrado de Vesta, que era renovado anualmente el  primer día del mes de marzo;  si por descuido  se apagaba antes,  era considerado como una desgracia nacional y  la culpable era fuertemente azotada como castigo. Se hacía necesario entonces encenderlo de nuevo frotando dos palos de árbol frutal o con la ayuda de un espejo y los rayos de sol sobre yesca u hojas secas.
De los treinta años que duraba su sacerdocio, los diez primeros se preparaban y formaban como novicias; en los diez siguientes, desempeñaban propiamente su función de sacerdotisas, quedando los diez últimos años dedicadas a enseñar a las más jovencitas; una vez pasado este tiempo eran libres  de dejar el sacerdocio y casarse, aunque muy pocas parecen haber sido las que optaron por un matrimonio tardío y la mayoría  de ellas siguieron fieles hasta la muerte al voto de castidad. Sobre todas ellas presidía  la Virgo Vestalis Maxima , la Vestal máxima.
Cuando una Vestal incumplía el voto de castidad era enterrada viva y las fuentes nos informan de que este hecho atroz era llevado a cabo con gran aparato; Plutarco nos describe que la Vestal condenada era conducida en litera, cubierta con cortinas, atada con correas, hasta el Foro, con gran tristeza y tribulación para todos los ciudadanos que acompañaban en silencio el cortejo, pues era terrible espectáculo para la ciudad. Llegados junto a la puerta Capena, donde bajo un largo y extenso túmulo de tierra se había habilitado un estrecho aposento subterráneo al que se accedía por una escalera, la litera se detenía y el pontífice máximo, entre oraciones, colocaba a la condenada, envuelta en espesos velos, al pie de la escalera que bajaba a la cámara, donde sólo había un lecho con cojines, una luz encendida y una escasa provisión de alimentos como agua, pan, miel y aceite. Cuando la Vestal  había descendido y llegado al fondo, retiraban la escalera y cerraban el aposento con mucha tierra, hasta que el piso estuviese al nivel del túmulo. ¿Y qué ocurría con los varones cómplices? Que eran azotados por el pontífice máximo  hasta la muerte.
Tan sólo a lo largo de mil años, desde  Numa  a Teodosio,  murieron así dieciocho Vestales, aunque otras  muchas que  fueron objeto de acusación lograron probar su inocencia, ¡ y hasta la mismísima Vesta tomó parte en la defensa de  la Vestl  Tucia, que,  acusada de incesto, probó su inocencia transportando agua del Tíber hasta el templo en una criba o cedazo!  A otras se encargó de defenderlas el propio Cicerón, como a  la Vestal Fabia, hermana de su esposa Terencia, a quien se acusaba de tener ilícitos amores con el conspirador  Catilina; su cuñado  consiguió para ella la absolución y la rehabilitación en el sacerdocio.
Las Vestales disfrutaban de privilegios de los que no gozaba ninguna otra mujer en Roma y se les tributaban  grandes honores, ya que eran consideradas hijas del Estado y hermanas de todos los ciudadanos romanos.  Vivían con gran lujo a expensas del  pueblo,  libres de la autoridad paterna y, como ya dijimos anteriormente, en virtud de  la ley Horacia eran las únicas mujeres que podían hacer testamento desde los primeros tiempos; por esta misma ley  podían intervenir como testigos en los juicios sin prestar juramento.
Salían al calle precedidas de lictores, igual que los magistrados,  y hasta los más altos les ceden el paso cuando las encuentran;  vestían de blanco tocadas con una diadema llamada “ínfula”; tenían el privilegio de ser conducidas en litera  y en vehículos de rueda y, si un reo conducido a muerte se topaba con ellas, quedaba absuelto si la Vestal juraba que había sido fortuito el encuentro.
En la celebración de los juegos públicos, se les reservaba una tribuna próxima al palco del emperador, y su veredicto era decisivo para que el gladiador vencido muriese o conservase la vida; sin embargo, a mí siempre me ha  parecido  un poco difícil conciliar su carácter grave y reservado con el ambiente furibundo y sangriento típico de estos espectáculos.  
Sobre el origen de las Vestales se han propuesto varias teorías:  para algunos se trataría de las hijas del rey;  para otros, de  cautivas en las luchas primitivas, una élite de mujeres prisioneras reservadas para un jefe, que sería el único con derecho a tocarlas, o consagradas al espíritu de la tribu y, por ello, inviolables. Hay casos legendarios  de Vestales fecundadas  de forma maravillosa por un falo salido del fuego o de entre las ceniza, y convertidas  por milagro en madres;  es  por ello que  en el atrio de  Vesta  se guardaba, entre las cosas sagradas, un falo, que en Roma quedó divinizado bajo el nombre de Mutinus Titinus o Mutunus Tutunus;  los  falos  eran considerados amuletos símbolos de fecundidad y  contra la mala suerte , pero. .. a esta historia  tan curiosa habrá que dedicarle otra entrada, sin duda, muy reveladora.
En resumen, las Vestales, elegidas entre las jóvenes principales de Roma, forzadas a guardar castidad sin previo consentimiento, dedicadas a servir el hogar de Vesta, cuidar y asear su templo, castigadas con dureza si incumplían sus obligaciones, gozaron, a cambio, de grandes privilegios; la pregunta queda en el aire: ¿compensarían  a estas mujeres los grandes  honores las pesadas  onera,  el  altísimo cargo las inmensas cargas que llevaba aparejado?

domingo, 20 de noviembre de 2011

LOS DOS TEMPLOS DE VESTA EN ROMA: EL AUTÉNTICO Y EL FALSO

El "auténtico" templo de Vesta en Roma (agosto 2010).

Si hay algo que sorprende en muchas guías turísticas de Roma y también en Google (no hay más que fijarse en las cinco imágenes que ilustran la búsqueda “templo de Vesta Roma), es la supuesta existencia de dos templos dedicados a esta divinidad;  y quizás  con esta breve explicación se justifique el título de la entrada de  hoy , pero el tema merece que abundemos un poco más. Convendrá, pues, empezar por el principio, que es como decir por el Foro.
Vesta era una diosa romana de carácter muy arcaico, que presidía el fuego del hogar doméstico; la etimología de su nombre no es clara, como sucede en la mayoría de los dioses puramente romanos, pero sí sabemos que esta diosa se remonta a la más profunda antigüedad romana y, curiosamente, en el orden de divinidades ella es citada la última, posición que el propio Cicerón justifica en su De natura  deorum  2,67 por ser la custodia de las cosas más íntimas,  a quien en  último lugar se le dirigen el sacrificio y la plegaria . Pertenece, al igual que la Hestia griega, al panteón de las doce grandes divinidades  la mayoría de los autores están de acuerdo en que su culto fue introducido en Roma por Rómulo, quien cuando trazó con el arado el surco del  pomerium,  el límite sagrado  de la ciudad de Roma, una línea imaginaria con definición legal y religiosa que abarcaba un espacio muy limitado (la colina Palatina, pero no el Capitolio), invoca como dioses protectores de la ciudad naciente a Júpiter y a Vesta. Pero esto no deja de entrañar cierta dificultad puesto que su templo, de planta redonda,  un pequeño santuario que conservaba el recuerdo indoeuropeo del hogar de la cabaña, de las antiguas  cabañas del Lacio, no se levantaba en el interior del Palatino, sino en el exterior,  en el Foro romano, fuera de los límites de la ciudad de Rómulo, lo que eran tierras de Roma, pero no era Roma.
La personalidad de Vesta queda un poco difusa; ella es la llama, el fuego que siempre ha de permanecer vivo para que Roma subsista. Pero Vesta es también la Tierra, la tierra que con su virtud germinativa proporciona a los hombres los frutos  y, al mismo tiempo, el fuego que los cocina;  por ello se la relaciona con la confección de platos sencillos, con  los panes  cocidos, con los hornos  y los panaderos. De ahí que, y con esto se confirma una vez más su carácter arcaico, su animal sagrado sea el asno, animal mediterráneo por excelencia, por oposición al caballo indoeuropeo;  no es casualidad que los asnos  hiciesen girar en las tahonas las muelas de piedra pómez para moler el trigo, como todavía hoy nos permiten ver  las panaderías de Pompeya. Y en las fiestas Vestalia, celebradas en honor de Vesta a mediados de junio,  los burros se coronaban con flores y sartas de panes y no se les hacía trabajar.

Molinos de trigo en una panadería de Pompeya (marzo 2011).

 Una leyenda tardía justificaba la elección del asno como animal Vesta porque en un intento de asalto a la diosa por parte de un lujurioso dios Príapo,  este la había  alertado con sus rebuznos, salvando así su virginidad; y es que  Vesta es una diosa virgen,  que permaneció siempre pura,  como puro es  el fuego y  como el agua viva de fuentes, manantiales  o ríos empleada en su culto.
A su culto estaban dedicadas las vírgenes Vestales,  el único colegio sacerdotal femenino en la antigua Roma;  estaba formado por jóvenes doncellas escogidas  desde niñas de entre las mejores familias de Roma, entre 6 y 10 años y en perfectas condiciones físicas. Una vez incorporadas al templo de la diosa,  servían durante treinta años, obligadas a permanecer vírgenes bajo el castigo terrible de ser enterradas vivas en el Campus Sceleratus , si incumplían este voto de castidad (cosa que en escasas ocasiones sucedió).
Su ocupación fundamental, entre otras diversas, era cuidar del fuego que se guardaba en su templo circular, evitando que se apagase; si esto sucedía la responsable era castigada y el nuevo fuego debería  ser encendido, dicen, con ayuda de la luz solar. Gozaron de extraordinarios privilegios, por ejemplo, el de poder testar y  ocupar el  lugar preeminente en los asientos de honor junto al emperador en el  anfiteatro , y eran tratadas con  absoluto respeto y consideración por todos los ciudadanos; llevaban asimismo una vida de opulencia y comodidad en la Casa de las Vestales”, junto al templo.
Los restos de este auténtico Templo de Vesta pueden verse hoy   al sur del Foro y  de él sólo quedan  apenas tres columnas de estilo corintio elevadas  sobre un podio de planta circular procedentes, seguramente, de su última reconstrucción, ya que el templo fue destruido por el fuego en muchas ocasiones. En él, además del fuego sagrado, símbolo del hogar común de toda Roma, se custodiaba también el Palladium, una veneradísima estatua de madera de la diosa Palas Atenea (la Minerva de los romanos)  que se decía que había sido traída desde Troya por el héroe Eneas, quien  daría origen mítico a la estirpe de los romanos.

Vestal (marzo 2011).



Atrium Vestae (marzo 2011).


















Junto a este templo, aún pueden contemplarse hoy en día los restos de lo que fue el magnífico Atrium Vestae,  la Casa de las Vestales,  un palacio de ochenta y cuatro habitaciones;  en febrero de este año 2011 y después de 20 años de trabajos de restauración, la Casa de las Vestales reabrió sus puertas y, en mi última visita en el mes de marzo yo misma he tenido la suerte, el placer y el privilegio de pasear  por vez primera por el jardín de las Vestales, adornado con estatuas de algunas de ellas que se conservan.
Si, como hemos visto, el Templo de Vesta estaba ubicado desde muy antiguo en el Foro,  ¿por qué he hablado de un “falso” templo de Vesta  en Roma? Abordo la cuestión y pongo así punto final a la polémica.

Templo de Hércules Olivario (agosto 2010).

 En la zona del llamado “Foro Boario”, el antiguo mercado de ganado de Roma, próximo al Tíber y enfrente de la bellísima Iglesia de Sta. María in Cosmedin,  se alza un elegante templo circular, el más antiguo templo romano de mármol conservado; es el “Templo de Hercules Victor o de Hercules Olivarius” dedicado al héroe Hércules por un rico comerciante de aceite, Marco Octavio Erenio,  quien pagó de su bolsillo  todos los gastos originados por  la construcción del templo y se  lo dedicó a este Hércules Victorioso,  protector de los productores  y mercaderes  de aceite. Cuando se construyó, hacia finales del s.II d.C.,  el mármol que se usó para levantarlo era extraordinariamente caro, porque en ese momento todavía  no era posible extraerlo en canteras de Italia  y, por tanto,  era necesario importarlo de Grecia.
Por tratarse de un templo circular, completamente  rodeado de columnas, fue tomado erróneamente por un templo de Vesta y  todavía, persistiendo en el error, se le denomina con ese nombre, incluso en referencias especializadas de arte.   Desde 1132 fue convertido en iglesia, primero como Sto. Stefano alla Carrozze,  y más tarde,  en el s.XVII,  como Sta.  Maria del Sole;  en junio de este año, después de tres años de restauración, se reabrió al público, aunque para mí queda como asignatura pendiente para un próximo viaje.
Una última curiosidad de este templo es la leyenda que dice que, pese a estar en pleno mercado de ganado, ni las moscas ni los perros se atrevían a entrar en él.
Para acabar sólo me quedar expresar el deseo de que este nuevo itinerario por la Roma clásica haya sido del agrado de aquellos que se hayan acercado con curiosidad a esta entrada cuyo título sembraba la duda y espero haber sabido solucionarla adecuadamente.

domingo, 13 de noviembre de 2011

IBAM FORTE VIA SACRA…

Via Sacra con la huella del surco de los carros (marzo 2011)

Si hay una via que vertebra el Foro romano esa es, sin duda alguna, la Via Sacra;  esta arteria principal es el escenario del poema de Horacio cuyo primer verso me sirve como  extraordinaria excusa para iniciar la entrada de hoy: “Iba yo casualmente por la vía Sacra…” (Sermones 1.9). En este famosísimo poema el poeta, mientras camina casualmente por ella, absorto en sus pensamientos, es abordado por un individuo que pronto se muestra como un auténtico pelmazo, un pesado, cuya única intención al entrar en contacto con él es obtener algún beneficio de su amistad.  En un intento de zafarse de este charlatán, pagado de sí mismo, adulador y maleducado, alega que con prisa se dirige al otro lado del Tíber, con el pretexto de visitar a un amigo enfermo; pero todo intento es eso, vano intento. El pelmazo, cuando llegan a la altura del Templo de Vesta, recuerda que tiene pendiente un juicio y solicita la asistencia del propio Horacio, quien, alegando su ignorancia en  temas legales, se escabulle del asunto; sólo la presencia inesperada del adversario judicial del incómodo compañero de viaje librará a nuestro poeta de tal incordio, liberación que se atribuye a la intervención salvadora del propio dios Apolo.
Esta sátira narrativa, conocida con razón  como la “sátira del pelmazo”, es una de las más conocidas y celebradas y, a la vez,  es un exponente excepcional de que el  género de la satira fue una creación genuinamente romana, como bien presumía Quintiliano allá por el s. I d. C. cuando afirmaba con orgullo Satura quidem tota nostra est,  y es que las circunstancias de la sociedad romana ofrecían un campo abonado para la crítica, lo que llevó a exclamar al poeta Juvenal Difficile est saturam non scribere (Satira  I, 30), es difícil no escribir sátira.
Y en esta, como en otra entrada anterior, aprovechando que el Tíber pasa a un palmo de aquí, aprovecharemos la oportunidad que nos brinda Horacio para pasear por la Via Sacra y descubrir alguno de sus lugares más emblemáticos; nuevamente nos encontramos en el corazón de la Urbs, en una calzada de conducía desde el Coliseo al Capitolio, discurriendo al pie del Palatino. Esta calle se convirtió en la vía en torno a la cual se articulaba la vida de los romanos, un abigarrado mundo en donde convergían la vida religiosa de los templos ( el de Vesta, el Antonino y Faustina,…) y las magníficas “basílicas”, como la Julia y la Emilia, lo que hoy llamaríamos “edificios de usos múltiples”,  con funciones de mercado, transacciones financieras, negocios varios y administración de justicia.
Por esta vía discurrieron y fueron celebradas las grandes procesiones triunfales de los generales victoriosos que acudían al Capitolio para agradecer a Júpiter, Juno y Minerva, la “Tríada Capitolina” su benefactora intervención y, al mismo tiempo, a rendirles tributo.  Con toda la pompa y circunstancia los generales romanos  triumphatores exhibían públicamente como trofeo el botín obtenido: joyas, armas, esclavos,  notables cautivos… símbolos del poderío militar romano  y  con un afán de humillación de los vencidos. No me resisto a recomendar el magnífico libro de Mary Beard, El triunfo romano: una historia de Roma a través de la celebración de sus victorias, edit. Crítica, donde se hace un interesantísimo y ameno  estudio sobre el tema.
Para terminar no evitaré hacer una parada en uno de los lugares más interesantes de esta Via Sacra, hoy desaparecido y del que no queda ya más que un mero recuerdo: la Meta Sudans. Junto al Arco de Constantino y próximos  al Coliseo, en lo que en tiempos fue el impresionante palacio de Nerón, se encuentran los apenas visibles restos de una fuente monumental,  cuya forma cónica recordaba una meta de los circos romanos, de ahí su nombre; estas metae o metas eran unos pilares cónicos que remataban el muro o spina que dividía la arena en dos anchas calles por las que corrían las cuadrigas  en el Circo romano (no hay más que recordar la inolvidable carrera de carros de la película Ben Hur). Esta fuente, probablemente construida por los Flavios,  hacía resbalar el agua por sus lados como si sudase (sudans); su estratégica localización señalaba la intersección de cuatro distritos de la ciudad y es por ello que tuvo un papel muy destacado en relación a la Via Sacra.
En 1936 cuando  en su  política urbanizadora Mussolini en Roma acomete la construcción de la Via dei trionfi  con el fin de crear una carretera que bordease el Coliseo,  se llevó por delante los edificios antiguos que no consideraba importantes, entre ellos la Meta Sudans; hoy el viajero de mirada sagaz sólo podrá observar una base circular de piedra delante del Arco de Constantino desde el mirador de la galería superior del Coliseo como huella de lo que fue y ya no es, la Meta Sudans.

La Meta Sudans antes de su demolición

Pasear por la Vía Sacra es un viaje por el tiempo, un recorrido real que exige buenas dosis de reconstrucción virtual; a mí ese paseo siempre me produce un placer inmenso, de reencuentro con el pasado; un poco más abajo del Arco de Tito crecen laureles, y aún un poco más allá unas hermosas glicinias con un letrero con referencias medievales, cuyos aromas disfruto rememorando el verso de Horacio Ibam forte Via Sacra…

Las glicinias del Pórtico Medieval en la Via Sacra (marzo 2011)

domingo, 6 de noviembre de 2011

¡QUÉ ENVIDIA ME DA EL ALCALDE DE ROMA!

El tabularium visto desde el Foro (marzo 2011)
El título de esta entrada puede parecer una obviedad, viniendo como viene de alguien que como yo se ha  declarado  abiertamente una enamorada de la Ciudad Eterna; pero he de reconocer que hay un aspecto en particular de cualquiera que ocupe la alcaldía de esta ciudad que provoca en mí una envidia profunda, perversa e infinita que experimento en cada visita al pasear por el Foro cuando levanto la vista. La razón no es otra que el espléndido panorama del que disfruta desde la ventana de su despacho el Primo cittadino, que abarca todo el Foro y , supongo, una vista inmejorable  de la ciudad desde la colina del Capitolio; porque ese balcón privilegiado se alza en el edificio que hoy ocupa el  Ayuntamiento, el "Palazzo Senatorio”, actual sede de representación del “Comune di Roma”,  y  que surge sobre las ruinas de dos edificios  de época romana, el Templo de Veiovis y el Tabularium. Asomarse al balcón y contemplar 2.700 años de historia a tus pies debe provocar hasta vértigo, porque la responsabilidad de gestionar una ciudad  trimilenaria, con un pasado tan memorable, es enorme, ingente, casi imposible. Pero pasemos a hablar ahora del lugar donde se levanta esa atalaya municipal tan excepcional.
El Templo de Veiovis, dedicado en  el a.192 a. C., estaba consagrado  a una divinidad itálica, Veiovis, el dios romano que en sus orígenes presidía los pantanos y las manifestaciones volcánicas,  identificado tardíamente con Apolo y  de carácter esencialmente infernal ;  son muchos los testimonios que nos hablan de él:  Cicerón en su De natura deorum,  Aulo Gelio en sus Noches áticas, Ovidio en sus Fasti y el escritor  Varrón.
El Tabularium era una grandiosa estructura arquitectónica destinada a acoger el archivo de la ciudad y de la Curia,  donde se guardaban y custodiaban los documentos públicos oficiales  y las leyes, entre ellas,  las “Leyes de las XII Tablas”, grabadas sobre tablas de bronce,  lo que da nombre al edificio (tabulae publicae). El edificio constaba de tres estructuras: un basamento de más de 70m., que sería una especie de base para nivelar la zona; una fachada orientada hacia el Foro con una doble galería porticada de unos 13 m. de altura; y  el archivo propiamente dicho con su entrada monumental hacia lo que es hoy la plaza del Campidoglio.
Esta imponente construcción de época republicana, de sobrio aspecto, quizá en conexión con lo que simbolizaba,  fue construida en el a. 78 a. C. durante la dictadura de Sila,  por voluntad y financiación del cónsul  Quinto Lutacio Catulo, eso sí, respetando el preexistente  templo de Veiovis. Hoy del Tabularium  sólo se conserva la base o podium, con grandes sillares de toba volcánica,  y tres de los arcos del nivel inferior, sobre el  que se asienta el Palazzo Senatorio. El edificio ocupaba la depresión entre las dos cimas del monte Capitolino, la cima norte o “Arx” , sobre la que se alzaba el templo de Juno Moneta y hoy el templo de Sta. María in Ara Coeli,  y  la cima suroeste, llamado propiamente “Capitolium”, donde se construyó el templo de Júpiter Optimo Máximo, el principal de Roma por la importancia de su culto.  A este lugar, el Capitolio, habremos de volver en próximas y sucesivas  entradas para comprender su enorme importancia y  el interés que suscita  en el marco de la historia de Roma: el corazón del imperio romano, la extensión simbólica de la “Urbs”, llamado por  Tito Livio arcem imperii caputque rerum, porque  cuenta nuestro historiador que durante la cimentación del templo de Júpiter salió a la luz una cabeza humana con la cara íntegra lo que presagió el inequívoco emplazamiento de la cabeza del imperio ,  y por Tácito pignus imperii, “ prenda o garantía del imperio”.
 La gran importancia que en Roma se daba a la documentación lo demuestra el hecho de  que el Tabularium sea el símbolo de una Res publica  firmemente establecida y fuertemente jerarquizada y burocrática,  y cuya sobria arquitectura sería  posteriormente el modelo  de los archivos que aparecerán  después diseminados por todo el Imperio.
La capacidad de gestionar, ordenar y custodiar  la ingente documentación que albergaba el Tabularium correspondía  al tabularius o archivero junto con un equipo de personal que se ocupaba del óptimo funcionamiento;  este complejo cuerpo estaba bajo el control  y supervisión de un Magistrado, cargo  de enorme importancia. La ingente documentación que albergaba incluía desde actas, comentarii y decisiones  de sesiones de la Curia local, a documentos del erario público, pasando por el catastro municipal y el registro de multas, hasta los censos y el calendario laboral con los días festivos no hábiles para la actividad pública. En resumen , todo un complejísimo mundo burocrático que nada parece envidiar al de hoy en día.
A la luz de todos estos detalles puedo entender hoy  el enorme orgullo y  la gran responsabilidad que pesa sobre los hombros de aquel que hoy ocupe el puesto de secretario  de ayuntamiento o de archivero municipal en esta Alcaldía de Roma, donde casi tres mil años contemplan su  actual labor; diría yo que debe de  sentir una satisfacción inmensa,  y agobiante a la vez,  al sentirse el último eslabón  de una cadena tan larga como pesada; como decía el escritor Varrón, Onus est honos,  todo cargo es una carga, y esta pesa como una losa, o mejor, como una tabula.
 Por todo esto (y por muchísimo más)  yo, cada vez que,  plantada junto al Arco de Septimio Severo,  con el Tabularium como telón de fondo de este valle del Foro republicano,  miro hacia arriba y   exclamo con un suspiro insano: ¡Qué envidia  me da el alcalde de Roma!
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