Páginas

domingo, 13 de enero de 2013

LAS MADONNELLE STRADAIOLE DE ROMA




Uno de los descubrimientos más deliciosos e inesperados para el visitante cuando pasea por las calles de Roma es, al levantar la vista de modo casual, toparse en los muros de los edificios, en las fachadas de las casas y en los ángulos de palacios históricos con imágenes de la Virgen, de la Madonna, encastradas en pequeñas capillitas u hornacinas llamadas aquí edicole;  las llamadas cariñosamente  por los romanos madonnelle stradaiole,  pintadas al fresco o en tela, hechas en  madera, mosaico, mármol o terracota, son una manifestación popular de devoción a la Virgen a lo largo de los tiempos. Podemos encontrar repartidas por el centro histórico de Roma unas quinientas, aunque se dice que a mediados del s. XIX pudieron ser casi unas tres mil, de las que muchas  habrían desaparecido víctimas de las reformas urbanísticas que experimentó la ciudad a partir del año 1870; un recuento del año 1853 contabilizaba unas 2739 imágenes sagradas repartidas por las calles de la ciudad  de las que la mayoría corresponderían a imágenes marianas, frecuentemente representaciones de la Virgen con el Niño, Dolorosas o Marías orantes, aunque hay, pocas es verdad, algunas representaciones de la Crucifixión.

Con la palabra edicole se designan pequeñas construcciones, como  pequeños templetes, donde las imágenes veneradas se protegen de la lluvia y de los rigores del tiempo; sus formas son diversas y van desde un simple medallón con cornisas de estuco de gran decoración a formas más complejas que, con representaciones de querubines, angelitos y pilastras, les confieren una composición escénica espectacular, siendo especialmente destacadas las de periodo barroco; porque hay que decir que las hay de todas las épocas: medievales, renacentistas, barrocas, neoclásicas, modernas,…  cada una de ellas testigo de su época. Presentan otra característica particular, un dosel o baldaquino casi siempre con un toldo de metal enriquecido con un dobladillo y flecos; también destaca su estratégica colocación en las paredes, en la línea divisoria entre la planta baja de las casas y el primer piso, entre dos ventanas del primer piso o en las esquinas del edificio, a una altura que facilitaba que estuviesen a salvo de posibles daños de los carruajes y que, a los ojos de los fieles, recordaba la disposición en altura de las imágenes sacras en el interior de templos e iglesias.


Muchas de estas Madonnelle pueden verse aún hoy acompañadas de farolas y lámparas, y no hay que olvidar que estas eran los únicos instrumentos de iluminación durante mucho tiempo de las calles romanas; esta necesidad de iluminar rincones oscuros, lugares peligrosos de los barrios donde, desde la Roma Antigua, el caminante podía verse al anochecer  a merced de salteadores, ladrones o asesinos que esperaban a cualquier incauto para robarle y deshacerse luego de su cadáver lanzándolo al Tíber.  Es muy posible que esta luz procedente de los edicole proporcionase a los habitantes de Roma una sensación de  protección y seguridad mayor al proceder de un lugar dedicado a la Virgen.

Esto nos lleva a indagar en las raíces  de estos edicole marianos; el término procede del latín aedicula,  ‘capilla, hornacina’,  que, a su vez, es un diminutivo del sustantivo aedes, ‘templo, santuario’. Parece que podemos remontarnos para hallar sus orígenes a Servio Tulio, sexto rey de Roma, y a su política urbanística, con el fin de proteger las regiones y barrios en que había sido dividida la ciudad; procederían  de los llamados Compita Larum, que era como se llamaban los edicole sagrados de los antiguos romanos, pequeños altares públicos en honor de los Lares Compitales, divinidades romanas probablemente de origen etrusco encargados de velar en las encrucijadas  y a los que se dedicaban las Compitalia, fiestas celebradas en las encrucijadas de las calles y caminos con especial protagonismo de los esclavos y en las que las estatuillas de los Lares eran adornadas con guirnaldas de flores, al tiempo que se les hacían ofrendas de pasteles de miel y pelotas o muñecos de lana. En tiempos de Augusto dicen que se contabilizaban hasta unas 265 de estos altarcillos, número que bajo Constantino ascendió hasta unas 423.
Con el Cristianismo estos primitivos cultos paganos  se asimilaron a las nuevas creencias y el transcurrir de los siglos no ha mermado su popularidad, tanto que junto a estos altarcillos  no es extraño encontrar aún hoy en día ofrendas de flores y velas; pero también es cierto que muchas adolecen de un estado de conservación precario, de degradación y hasta de abandono, ellas cuyo cuidado y mantenimiento hasta finales del s. XIX corría, voluntariamente,  a cargo de los vecinos de cada barrio.  Asociadas en otros tiempos a una fuerte devoción religiosa, forman parte hoy del genuino patrimonio cultural del pueblo; convertidas en objetos de veneración con motivo de epidemias, peligros, amenazas  y episodios milagrosos como haber movido los ojos, o como agradecimiento por favores concedidos y anónimos, constituyen una espléndida muestra del arte popular, siendo algunas de ellas auténticas obras de arte.

A modo de ejemplo repararemos en una de estas aedicolae marianas  que, como veréis, sería imposible que les pasase desapercibida a los viandantes a causa de su ubicación a la altura misma de los ojos, a no ser porque queda eclipsada  por el extraordinario enclave donde se sitúa: la mismísima Plaza de Trevi, donde la Fontana es la auténtica protagonista;  es, sin embargo, de una belleza tan imponente que merece que nos detengamos a contemplarla.

Conocida como la “Madonna dell’ Archetto di Trevi”, está situada en el ángulo del Palacio Castellani  entre la via della Stamperia y la via del Lavatore; se trata de una imagen del s. XVIII pintada al óleo sobre yeso, apenas visible tras el cristal que la cubre.  Sin embargo, este precioso testimonio de la fe popular destaca por el efectista aparato que la rodea: sobre un  alto pedestal  dos jóvenes ángeles, elegantes y de gran tamaño flanquean la imagen, enmarcada por un fastuoso haz de rayos adornado de estrellas, al tiempo que sostienen sobre ella una guirnalda de flores. Por encima del conjunto sobrevuela un dosel o baldaquino repleto de cabezas de querubines con alas, mientras que sobre el podio, a los pies de los dinámicos ángeles,  hay una pequeña farola que descansa sobre una base de volutas de hierro forjado.
Se trata, en este caso, de una de las varias copias que  se diseminaron por toda la ciudad en recuerdo de un hecho extraordinario acaecido a una  de estas madonnelle, la Madonna dell’Archetto  de la via de San Marcello , en el mismo barrio de Trevi, aunque parece que no fue la única, cuando el día 9 de julio de 1796 se le empezaron a mover los ojos, lo que fue interpretado como funesto presagio de un acontecimiento político de gran relevancia  por los numerosos testigos que presenciaron el hecho. Por aquel entonces los Estados Pontificios estaban la amenaza de las tropas napoleónicas, lo que se confirmaría dos años más tarde cuando el general francés Berthier, amigo personal del emperador, entró en Roma el 10 de febrero de 1798 y cinco días más tarde apresó al papa Pío VI y se declaró la República Romana. Hoy,  esta legendaria imagen, obra del pintor boloñés Domenico Muratori en el año 1690, es venerada en el llamado “più piccolo Santuario Mariano di Roma”, la iglesia  de  Santa Maria Causa Nostrae Laetitiae.
Recuerdo con cariño como en nuestra última visita a Roma en abril del año pasado, una vez advertidos de su presencia, mis alumn@s no tardaban en localizarlas y en ayudarme a fotografiar todas aquellas que pudimos; quiero aquí, aprovechando la ocasión, expresarles las gracias, así como también agradecer a mi amiga y siempre fiel colaboradora, compañera de Arte en nuestro instituto, el precioso montaje que hizo con algunas de ellas y que encabeza esta entrada de hoy.
Sé que no son muchas fotografías las que os ofrezco, y a veces, su calidad no es la óptima para apreciarlas en toda su belleza; algunas fueron hechas a distancia, entre el gentío y el  tráfico terrible de Roma, sin apenas tiempo para enfocar, de camino a lugares de horario restringido y a donde nos dirigíamos con prisa. Con otras el encuentro fue de noche y os aseguro que algunos rincones de la Roma actual no disfrutan de más iluminación de lo que lo harían hace siglos. Con el fin de subsanar mi error, para quienes puedan estar interesados en admirarlas con mayor y mejor detalle, os facilito un enlace magnífico:
Espero y deseo, mis amables lectores, que este itinerario alla scoperta di Roma haya sido de vuestro agrado; a mí, os lo aseguro, me ha proporcionado el placer inmenso de recrear mi último viaje.