Uno de los descubrimientos más deliciosos e inesperados para
el visitante cuando pasea por las calles de Roma es, al levantar la vista de
modo casual, toparse en los muros de los edificios, en las fachadas de las
casas y en los ángulos de palacios históricos con imágenes de la Virgen, de la Madonna, encastradas en pequeñas
capillitas u hornacinas llamadas aquí edicole;
las llamadas cariñosamente por los romanos madonnelle stradaiole, pintadas al fresco o en tela, hechas en madera, mosaico, mármol o terracota, son una
manifestación popular de devoción a la Virgen a lo largo de los tiempos.
Podemos encontrar repartidas por el centro histórico de Roma unas quinientas,
aunque se dice que a mediados del s. XIX pudieron ser casi unas tres mil, de
las que muchas habrían desaparecido
víctimas de las reformas urbanísticas que experimentó la ciudad a partir del
año 1870; un recuento del año 1853 contabilizaba unas 2739 imágenes sagradas
repartidas por las calles de la ciudad de las que la mayoría corresponderían a
imágenes marianas, frecuentemente representaciones de la Virgen con el Niño,
Dolorosas o Marías orantes, aunque hay, pocas es verdad, algunas
representaciones de la Crucifixión.
Con la palabra edicole
se designan pequeñas construcciones, como
pequeños templetes, donde las imágenes veneradas se protegen de la
lluvia y de los rigores del tiempo; sus formas son diversas y van desde un
simple medallón con cornisas de estuco de gran decoración a formas más
complejas que, con representaciones de querubines, angelitos y pilastras, les
confieren una composición escénica espectacular, siendo especialmente
destacadas las de periodo barroco; porque hay que decir que las hay de todas
las épocas: medievales, renacentistas, barrocas, neoclásicas, modernas,… cada una de ellas testigo de su época.
Presentan otra característica particular, un dosel o baldaquino casi siempre
con un toldo de metal enriquecido con un dobladillo y flecos; también destaca
su estratégica colocación en las paredes, en la línea divisoria entre la planta
baja de las casas y el primer piso, entre dos ventanas del primer piso o en las
esquinas del edificio, a una altura que facilitaba que estuviesen a salvo de
posibles daños de los carruajes y que, a los ojos de los fieles, recordaba la disposición
en altura de las imágenes sacras en el interior de templos e iglesias.
Muchas de estas Madonnelle
pueden verse aún hoy acompañadas de farolas y lámparas, y no hay que
olvidar que estas eran los únicos instrumentos de iluminación durante mucho
tiempo de las calles romanas; esta necesidad de iluminar rincones oscuros,
lugares peligrosos de los barrios donde, desde la Roma Antigua, el caminante
podía verse al anochecer a merced de
salteadores, ladrones o asesinos que esperaban a cualquier incauto para robarle
y deshacerse luego de su cadáver lanzándolo al Tíber. Es muy posible que esta luz procedente de los
edicole proporcionase a los
habitantes de Roma una sensación de protección y seguridad mayor al proceder de un
lugar dedicado a la Virgen.
Esto nos lleva a indagar en las raíces de estos edicole
marianos; el término procede del latín aedicula, ‘capilla, hornacina’, que, a su vez, es un diminutivo del sustantivo
aedes, ‘templo, santuario’. Parece
que podemos remontarnos para hallar sus orígenes a Servio Tulio, sexto rey de
Roma, y a su política urbanística, con el fin de proteger las regiones y
barrios en que había sido dividida la ciudad; procederían de los llamados Compita Larum, que era como se llamaban los edicole sagrados de los antiguos romanos, pequeños altares públicos
en honor de los Lares Compitales,
divinidades romanas probablemente de origen etrusco encargados de velar en las
encrucijadas y a los que se dedicaban
las Compitalia, fiestas celebradas en
las encrucijadas de las calles y caminos con especial protagonismo de los
esclavos y en las que las estatuillas de los Lares eran adornadas con guirnaldas de flores, al tiempo que se les
hacían ofrendas de pasteles de miel y pelotas o muñecos de lana. En tiempos de
Augusto dicen que se contabilizaban hasta unas 265 de estos altarcillos, número
que bajo Constantino ascendió hasta unas 423.
Con el Cristianismo estos primitivos cultos paganos se asimilaron a las nuevas creencias y el
transcurrir de los siglos no ha mermado su popularidad, tanto que junto a estos
altarcillos no es extraño encontrar aún hoy en día
ofrendas de flores y velas; pero también es cierto que muchas adolecen de un
estado de conservación precario, de degradación y hasta de abandono, ellas cuyo
cuidado y mantenimiento hasta finales del s. XIX corría, voluntariamente, a cargo de los vecinos de cada barrio. Asociadas en otros tiempos a una fuerte
devoción religiosa, forman parte hoy del genuino patrimonio cultural del
pueblo; convertidas en objetos de veneración con motivo de epidemias, peligros,
amenazas y episodios milagrosos como
haber movido los ojos, o como agradecimiento por favores concedidos y anónimos,
constituyen una espléndida muestra del arte popular, siendo algunas de ellas
auténticas obras de arte.
A modo de ejemplo repararemos en una de estas aedicolae marianas que, como veréis, sería imposible que les pasase
desapercibida a los viandantes a causa de su ubicación a la altura misma de los
ojos, a no ser porque queda eclipsada por el extraordinario enclave donde se sitúa:
la mismísima Plaza de Trevi, donde la Fontana es la auténtica
protagonista; es, sin embargo, de una
belleza tan imponente que merece que nos detengamos a contemplarla.
Conocida como la “Madonna
dell’ Archetto di Trevi”, está situada en el ángulo del Palacio Castellani entre la via
della Stamperia y la via del Lavatore;
se trata de una imagen del s. XVIII pintada al óleo sobre yeso, apenas visible
tras el cristal que la cubre. Sin
embargo, este precioso testimonio de la fe popular destaca por el efectista
aparato que la rodea: sobre un alto pedestal
dos jóvenes ángeles, elegantes y de gran
tamaño flanquean la imagen, enmarcada por un fastuoso haz de rayos adornado de
estrellas, al tiempo que sostienen sobre ella una guirnalda de flores. Por
encima del conjunto sobrevuela un dosel o baldaquino repleto de cabezas de
querubines con alas, mientras que sobre el podio, a los pies de los dinámicos
ángeles, hay una pequeña farola que
descansa sobre una base de volutas de hierro forjado.
Se trata, en este caso, de una de las varias copias que se diseminaron por toda la ciudad en recuerdo
de un hecho extraordinario acaecido a una de estas madonnelle,
la Madonna dell’Archetto de la via
de San Marcello , en el mismo barrio de Trevi, aunque parece que no fue la
única, cuando el día 9 de julio de 1796 se le empezaron a mover los ojos, lo
que fue interpretado como funesto presagio de un acontecimiento político de
gran relevancia por los numerosos
testigos que presenciaron el hecho. Por aquel entonces los Estados Pontificios
estaban la amenaza de las tropas napoleónicas, lo que se confirmaría dos años
más tarde cuando el general francés Berthier, amigo personal del emperador,
entró en Roma el 10 de febrero de 1798 y cinco días más tarde apresó al papa
Pío VI y se declaró la República Romana. Hoy, esta legendaria imagen, obra del pintor
boloñés Domenico Muratori en el año 1690, es venerada en el llamado “più piccolo Santuario Mariano di Roma”, la
iglesia de Santa Maria Causa Nostrae Laetitiae.
Recuerdo con cariño como en nuestra última visita a Roma en
abril del año pasado, una vez advertidos de su presencia, mis alumn@s no tardaban
en localizarlas y en ayudarme a fotografiar todas aquellas que pudimos; quiero
aquí, aprovechando la ocasión, expresarles las gracias, así como también
agradecer a mi amiga y siempre fiel colaboradora, compañera de Arte en nuestro
instituto, el precioso montaje que hizo con algunas de ellas y que encabeza
esta entrada de hoy.
Sé que no son muchas fotografías las que os ofrezco, y a
veces, su calidad no es la óptima para apreciarlas en toda su belleza; algunas
fueron hechas a distancia, entre el gentío y el tráfico terrible de Roma, sin apenas tiempo
para enfocar, de camino a lugares de horario restringido y a donde nos
dirigíamos con prisa. Con otras el encuentro fue de noche y os aseguro que
algunos rincones de la Roma actual no disfrutan de más iluminación de lo que lo
harían hace siglos. Con el fin de subsanar mi error, para quienes puedan estar
interesados en admirarlas con mayor y mejor detalle, os facilito un enlace
magnífico:
Espero y deseo, mis amables lectores, que este itinerario alla scoperta di Roma haya sido de
vuestro agrado; a mí, os lo aseguro, me ha proporcionado el placer inmenso de
recrear mi último viaje.